Cerro Manuel Rodríguez
|
Después de ascender el cerro Carrera, en primera absoluta, y tomarnos un día para explorar al detalle la quebrada Borgollones, y las rutas, o posibles rutas de sus cerros, decidimos partir por nuestro siguiente objetivo.
Desde la cumbre del Carrera habíamos divisado hacia el sur un tremendo cerro, muy escondido y bastante grande. Al bajar y explorar la quebrada Espinoza aprovechamos de estudiar el acceso, y una vez en el campamento, cuando pudimos identificarlo en la carta IGM como la P-4026, decidimos intentarlo, no quedan muchas cumbres sin nombre o ascenso por sobre las cuatro lucas...
Como la montaña no daba para intentarla desde nuestro CB, empacamos algunas cosas y partimos en dirección a la quebrada Espinoza para instalar un campamento que nos dejara más cerca.
Foto: Ulises en las primeras horas de ascenso. |
El trayecto ya lo conocíamos de cuando bajamos el Carrera, así que fue tranquilo. Bordeamos la laguna El Yeso por el camino vehicular, para después ingresar al cajón y avanzar algunas horas más hasta llegar cerca de la quebrada que nos iba a dar acceso a la base del cerro. Con un día muy nublado, lo que hizo más agradable el trayecto, y bastante cansados, logramos ubicar un buen lugar para instalar nuestra carpa. |
El resto de la tarde se nos fue en comer, hidratarnos, ver las fotos del cerro, y disfrutar la tranquilidad absoluta de estar en un lugar tan aislado. No es que estuviera tan lejos de la civilización, pero se nos hacía evidente que muy pocas personas entran para estos lados, a pesar del fácil acceso ahora que el camino es público.
A la mañana siguiente, ya con luz y algo de frío, partimos en busca de esta nueva cumbre. Avanzamos un rato por la nieve, hasta llegar frente a la quebrada que nos tenía que dar acceso a la base del cerro; el terreno era de nieve con rocas, estaba helado aún, y pudimos “cramponear” con facilidad, lo que nos permitió ganar altura rápidamente.
Luego de una hora o algo así, ya teníamos al sol temperando un poco el ascenso, corría un poco de viento que se comenzó a intensificar mientras más subíamos. Tomamos una larga lengua de nieve dura que nos dejó en la base de la P-4026, acá paramos a descansar e hidratarnos en un lugar cómodo, donde además pudimos ver la P-3644; bastante más pequeña, pero su redondeada cúpula final la hacía verse muy llamativa, otro buen objetivo en el sector.
Foto: La P-3644, sin nombre ni ascensos hasta ese momento. |
Miramos bien por donde encarar el cerro, Ulises le apuntó a la ruta, yo, sin lentes ópticos, ya que tenía puestos los de sol, dudaba del recorrido, ya que a la distancia no podía ver mayores detalles. Como coincidimos por donde subir, en la primera parte avanzamos juntos, luego Ulises se fue muy arriba, yo preferí hacer una travesía para conectar otra lengua de nieve que bajaba de las partas altas del cerro, a la vuelta vería que el camino escogido por mi compañero era el mejor. |
A pesar de todo nos encontramos un poco más arriba, Ulises me indicaba un sector por donde yo no veía ninguna pasada, le sugerí lo que tenía más a la vista, y que según mi memoria fotográfica nos dejaría más cerca de cumbre.
Tengo buena memoria, pero el lente falla un poco, al final terminamos escalando unas secciones rocosas no tan empinadas, pero la arenilla y piedras sueltas hacían todo bastante peligroso, hasta que llegó el momento en que no pudimos continuar por dónde íbamos.
A duras penas logramos desescalar lo que habíamos subido sin irnos de hocico pendiente abajo, hasta que llegamos al nevero y pudimos descansar y relajarnos un poco. Estaba muy frustrado, yo había escogido esta subida y estaba pésima, además creía que con el tiempo perdido ya habíamos desperdiciado nuestra oportunidad del cerro, y para rematar, hacía varias horas que estábamos metidos en una maldita ventolera helada que nos tenía entumidos, el sol era solo un adorno.
Así comenzamos a bajar, hasta que justo bajo la barrera de farellones pienso que todavía estamos bastante altos, le dijo a Ulises que hagamos la travesía y agarremos por el otro lado, balbucea algo y parte para arriba...
Foto: Ulises intentando refugiarse un rato de la ventolera... |
Me fui detrás de él, la nieve estaba dura por lo que podíamos subir bien con los crampones, paso a paso, y aguantando lo que ya era un vendaval de viento, ganamos los metros hasta la base de un gran paredón donde se terminaba la nieve y se formaba una especie de balcón, donde nos metimos para tratar de descansar un poco. Nos sacamos los crampones, comimos alguna cosa poca, algo de jugo, nos requete-abrigamos, y partimos. |
Ulises estaba convencido de que la cumbre estaba muy cerca, a la vista, yo prefería ser menos optimista para que el golpe no fuera tan duro en caso de que lo que se veía arriba, no fuera la cumbre, como generalmente pasa.
Por acarreos blandos logramos asomarnos a una arista desde la cual tuvimos una espectacular vista hacia el sur. Se veía el volcán Palomo, todo el valle del Cortaderal, la Gran Torre, el Alto de los Arrieros, muchos recuerdos vinieron a la mente, hacía casi un año exacto habíamos estado un mes en ese sector escalando varias de las principales cumbres de la zona, incluido el Palomo, al cual ahora veíamos a muchos kilómetros de distancia.
Después de rememorar momentos del pasado nos concentramos en el presente. El torreón final del cerro se veía malito, pero nuestra especialidad, lejos de ser el granito, es la exasperante y podrida roca mala de la zona central.
Foto: Volcán Palomo y Alto de los Arrieros desde la cumbre. |
Ulises se mandó directo por una subida que parecía tener buenos agarres, pero estaba bastante vertical, resbaló en un momento y solo su mano bien agarrada detuvo lo que pudo ser una caída grave. Yo decidí intentar un poco más a la izquierda. La roca estaba pésima, todo se soltaba o al menos se movía, pero poco a poco gané los metros para llegar a un balconcito justo bajo la cumbre, Ulises paso rápido y al llegar arriba lo perdí de vista. |
La ventolera era infernal, le grité a Ulises y no contestó, ¡cresta! pensé, ¡este won se cayó pal otro lado!, pero de un momento a otro se asomó, levantó los brazos y pareció gritar ¡¡cumbre!!
Una corta y delgada arista de no más de medio metro de ancho me separaba de los últimos trepes, pero con el viento que había no era cosa de pasar caminando.
Bien atento le di para arriba, me afirmé bien y me asomé donde Ulises estaba con cara de juguete, visiblemente emocionado, agachados, porque la cumbre no daba para pararse, y con un viento que apenas nos dejaba escucharnos a pesar de estar uno al lado del otro, nos mandamos el manso abrazo de cumbre...
Recordé una frase de mi compañero de tantas aventuras Juan Carlos Caro, “Lo bueno siempre cuesta”... las montañas que más nos maltratan son las que más huella nos dejan...
Foto: ¡Foto cumbrera en el Manuel Rodriguez! |
Sacamos fotos y como pudimos armamos una pirca para dejar un testimonio, buscamos alguna evidencia de visitas anteriores pero nada, algo que suponíamos, hemos estudiado la zona y por todos los años que el valle estuvo cerrado, la actividad de montaña es muy escasa, hay mucho por hacer en este sector. Lo único que me preocupaba era la destrepada del torreón final, teníamos que estar muy atentos. La arista delgada la pase casi sentado, y luego, muy calmado logré llegar a la base del torreón. |
Me quedé para esperar a mi compañero, pero cuando me tiró un camote del porte de una tele de las antiguas, de esas con tubos, decidí moverme un poco y esperarlo más abajo, total si se caía, además de despedirme mientras pasaba volando, no podría hacer mucho más.
A los pocos minutos estábamos en la primera arista, creo que nos dimos otro abrazo, ya que sabíamos que el resto de la bajada no presentaba mayores riesgos, estábamos listos...
Lo malo de la bajada era que el viento venía en contra, daba en la cara, te sacaba el gorro, te tiraba piedras, era recordar tantos momentos así, Patagonia, el primer intento al Palomo, tormentas varias, etc., pero acá el día estaba soleado, con algunas pocas nubes, pero ya llevábamos como diez horas metidos en la ventolera y el ánimo se resiente, sin embargo la alegría de la tremenda cumbre que habíamos hecho, nos daba energía para la bajada y mucho más...
Llegamos al punto donde nos sacamos los crampones antes de subir, acá nos refugiamos otro rato del viento, pero caían piedras desde arriba, así que tampoco pudimos estar mucho rato.
Foto: Cajón de Espinoza, pero con "Z", no como Ulises... |
Agarramos el nevero y rajamos para abajo a toda velocidad, ahora era poner un pie delante del otro hasta llegar al campamento, solo cosa de paciencia. Al rato, habiendo perdido bastante altura, paramos en una roca a descansar un rato cuando Ulises saca una caja de duraznos; le hicimos chupete en fracción de segundos, ni siquiera estoy seguro de que no nos hayamos comido la caja misma. |
Algunas horas después llegamos a la carpa, completamente destruidos, más que en lo físico en lo global, no estábamos tan cansados físicamente, pero mentalmente fue un cerro muy duro, con muchos problemas que tuvimos que resolver en el camino, buscar la ruta, equivocarnos, momentos tensos y difíciles, escaladas y trepadas expuestas y peligrosas, prácticamente todo el maldito día con temperatura bajo cero, o cercana al cero.
Este fue de esos cerros que uno no sabe si va a subir hasta que llega arriba, antes, imposible, mil sensaciones que uno no tiene cuando sube por una ruta que ya conoce...
Al día siguiente nos levantamos relativamente tarde, cuando el sol ya nos daba de lleno en la carpa, fue una mañana tranquila, con ese relajo que te da el trabajo bien hecho, la satisfacción del objetivo logrado, el corazón lleno de experiencias, sensaciones y recuerdos.
Desarmamos todo y bajamos tranquilos hasta nuestro campamento en las cercanías de la Quebrada Borgollones, donde llegamos algunas horas más tarde, ordenamos las cosas en el jeep, y decidimos volver un día antes a Santiago.
En la bajada pasamos a almorzar a Coya, y luego, felices, felices, pero muy felices, de vuelta a la ciudad.
Este es un relato feliz...
PD: Decidimos bautizar el cerro en honor al gran guerrillero, bandolero cordillerano y Padre de la Patria, Manuel Rodríguez Erdoiza.
Ahora, en un rincón de montañas ocultas, las que él tanto conoció cruzando de un lado a otro mientras peleaba por la independencia de Chile, quedara su nombre para siempre grabado en las rocas y la nieve esculpidas por el viento de la cordillera.
Autor: Elvis Acevedo Riquelme.
"Ahora he mirado a las nubes desde ambos lados..."
Joni Mitchell