Cerro Manquegua
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Hace un tiempo que estoy con la idea de sumar cumbres en todas las regiones de Chile, más que nada como excusa para conocer y agregar algunos lugares más al listado de pueblos y ciudades recorridas en estos años. He viajado harto por Chile, pero no siempre subiendo cerros, así que son hartas las regiones donde me falta sumar.
Con eso en la cabeza y a pesar de estar algo maltrecho por una lesión rebelde de rodilla, decidí aprovechar el fin de semana largo para ir por algún objetivo en la IV Región. Se lo propuse a la Paz -que ha tenido la paciencia de ser cordada en esta etapa de cojera- y aceptó. Solo faltaba decidir dónde. Sentí que el Tórtolas y los cerros de la zona de Pisco Elqui estaban algo “manoseados”, y además con algunos problemas de accesos, así que a pesar de que igual quiero conocerlos preferí buscar algún otro objetivo por esta vez. Recordé la Sierra de los Brujos, no la de la VI Región, sino los cerros aledaños a la ciudad de Salamanca, sector repleto de leyendas de aquelarres relacionados a la “Raja de Manquegua”; notoria hendidura que parte casi en dos la cara oeste del Cerro Manquegua, donde se supone que los brujos de la zona se juntaban a hacer de las suyas.
Foto: La "Raja de Manquegua". |
Esto, sumado a otros atractivos turísticos de la zona como petroglifos y lagunas, nos decidió a ir para allá. Claramente esta vez no buscábamos dificultad montañistica, sino algo novedoso y más relajado. Hay tiempo para todo.
Y partimos. Temprano me levanté para ir desde San José a Santiago, y desde el departamento de la Paz tomamos rumbo a Salamanca. Viaje largo pero agradable, con paradas por aquí y por allá, por caminos muy verdes y con un día de temperaturas gratas. Tipo 15:00 horas llegamos a destino.
Ciudad de casi 30.000 habitantes, fundada el 29 de noviembre de 1844 y que debe su nombre a Doña Matilde Salamanca, dueña anterior de los terrenos, y que dícese, tiro su canita al aire con Don José Miguel Carrera (yo no me meto en cahuines). Nos recibió con la calma típica de las ciudades de provincia, la cual se agradece bastante.
Después de ubicar la Plaza de Armas, de supuestos 17.000 m2 -que se veían más chicos-, y que la hacen una de las más grandes del país -que tampoco parecía-, nos dedicamos a una de las cosas más importantes del viaje. Buscar donde comer.
Foto: Cerro Manquegua. |
Encontramos un estupendo lugar donde nos zampamos un costillar pa`chuparse los dedos y con el que quedamos listos para la siesta, pero en vez de eso, decidimos ir hasta Arboleda Grande, donde se supone comienza el santuario de la naturaleza que alberga la “Gran Raja de Manquegua” y el cerro homónimo.
Lo que averiguamos del sector era que por iniciativa de la Comunidad Agrícola de Chalinga, había sido declarado Santuario de la Naturaleza en febrero del 2018, desde el sector del cerro Manquegua hasta la Poza Azul; unas 2243 hectáreas. Incluso en los caminos de entrada se veían algunos carteles indicativos, pero después en terreno solo encontramos un portón de acceso cerrado y mineras que han realizado una intervención a gran escala en todo el sector, estando muy cerca ya de la base de la montaña y su principal atracción, esa vertical hendidura que por efectos de sol y sombra se ve a muchos kilómetros de distancia.
Como sea, después de preguntarle a un viejito que no nos dio ningún dato relevante, encontramos los caminos que nos dejaban muy cerca de la montaña, así que definimos el lugar por donde comenzar a subir, y seguimos turisteando por el lugar.
De vuelta a Salamanca, la buena obra del día fue llevar a una señora con sus tres hijos (de seis…) una de las cuales nos decía todo el tiempo que nos quería mucho, momento tierno. Alojamos en Salamanca en un hostal de porquería, y al día siguiente partimos temprano en busca de nuestro embrujado objetivo. Tan penca era el hostal (O’Higgins, cerca de la Plaza de Armas) que ni desayuno tenía, así que pasamos a un servicentro a tomarnos un café y comernos un aliado. Era temprano aún, el comercio no estaba funcionando.
Foto: El Cóndor pasa... |
Seguimos el mismo recorrido que la tarde anterior y llegamos al punto donde planificamos comenzar a subir. La primera parte pensamos usar un viejo camino minero, que asumí iba a la mina “La Ponderosa” (habíamos visto el letrero más abajo), pero era un camino abandonado, por lo que pensé - inocentemente como soy yo - que esa mina ya no funcionaba.
Ganamos altura suave y pausadamente, comenzamos a ganar visual hacia los valles y cerros cercanos. Al frente los caminos mineros llegaban muy arriba, casi a las cumbres mismas del cordón, para pasarse al otro lado e ir a dar quien sabe dónde. Se veían minas a los dos costados del Manquegua, y en ese momento yo seguía pensando que por ser Santuario de la Naturaleza la intervención minera no podía acercarse más.
Terminó el camino y entramos a campo traviesa. Seguimos subiendo y después de un rato nos dimos cuenta de que “La Ponderosa” no era una mina antigua y cerrada, era nueva y completamente funcional, con grandes caminos, vehículos mineros gigantes como los del norte y toda la challa, así que intentamos no pasar tan cerca de ellos para evitar problemas.
El desvío nos hizo subir una loma que después tuvimos que bajar, y que iba en dirección a un filo -el oeste- que conectaba directamente con el filo sur del cerro; justo nuestra ruta de ascenso. Imaginé que el cerro tenía minas a ambos costados, pero al comenzar a bajar la loma me di cuenta de que todo era un gran complejo minero con caminos conectados entre sí, que abarca casi la totalidad de la zona con una intervención brutal, también me fijé que de los túneles los camiones sacan el material de desecho y simplemente lo arrojan ladera abajo, generando acarreos gigantes de piedras inertes, donde antes había laderas de tierra y vegetación. Penoso...
Foto: Mina La Ponderosa... |
Bajamos la loma, teníamos el comienzo de nuestra subida al frente, pero para eso teníamos que cruzar el camino minero, el cual tenía algunas instalaciones y material cerca de nuestra pasada. Observé un rato si había actividad, justo en este sector no andaba nadie, pero algunos cientos de metros más al sur la actividad de los camiones era frenética.
Cruzamos el camino y nos pasamos al filo, subimos por otros caminos abandonados de antiguas prospecciones, hasta que se terminaron y tuvimos que continuar conectando senderos de arrieros, lejos ya del alcance del terreno privado. Menudo santuario…
Aquí la subida fue bastante directa, y algo larga. Sin complicaciones llegamos a las cercanías del filo donde tuvimos que buscar una pasada entre algunos farellones rocosos. Una vez en el filo sur, lo típico, darse cuenta de que lo que viste como cumbre durante toda la subida no es, y esta se encuentra más atrás. Un clásico.
Foto: Filo sur, la cumbre al fondo. |
Continuamos en un comienzo por el filo, después traveseamos más abajo, lo que no fue una buena idea, pero problemas más o menos llegamos a la base del torreón, que trepamos por diferentes lados solo para darnos cuenta de que dando la vuelta se llegaba caminando.
¡Cumbre! si, alegría, linda vista a las montañas de la zona, a las nubes costeras, al camino recorrido, a los caminos mineros, a la tierra que levantan las faenas, en fin…
Ya estaba algo ventoso, pero nos dimos tiempo para disfrutar de esta primera cumbre en la Región de Coquimbo, en una zona no tan popular, con una montaña que estéticamente me sorprendió, ya que la encontré muy bonita, y con una subida sencilla pero dinámica, decorada por el vuelo de los cóndores que seguramente esperaban que alguno se cayera para comérselo, pero que igual se veían lindos planeando y haciendo sonar el aire. Después de un rato, el regreso.
Los dos primeros tercios de la bajada fueron pausados, mirando la gama de colores que va dejando el sol al acercarse al horizonte, y como siempre pasa en las bajadas, pensando en que íbamos a comer al llegar al auto, imaginando la comodidad de sacarse los zapatos y despegarse los calcetines de los pies, y todo eso..
Foto: Visual al NO desde la cumbre. |
La última parte que nos debía conectar al viejo camino vehicular que tomamos en la mañana, era a campo traviesa. En la mañana tuvimos que bajar bastante para llegar al punto donde esquivamos las instalaciones de la minera, así que ahora pensábamos evitar esa subida y hacer un largo traverse que nos dejara en el punto donde comenzaba el camino viejo que nos llevaría directamente, con mínimo esfuerzo y sin absolutamente ninguna complicación directo al auto… y con ello, a la sensación misma de felicidad y éxtasis…
Pero…
Todo comenzó bien, si hasta un tramo de sendero agarramos, pero al rato la vegetación se espesó, se fue la luz, al prender las linternas bicharracos alados de todos los tipos, tamaños y colores se lanzaron en picada contra la linterna, y la esperanza de llegar al auto rápido se diluyó en un mar de polvo, ramas, arbustos, piedras, arañas, resbalones y lo que se les ocurra en la escala mayor de las cosas desagradables.
Pero como no hay mal que dure 100 años ni montañista que lo aguante, poco a poco el terreno mejoró, logramos salir del bosquecillo, bajar por campo más abierto y por lo tanto dejar de chocar con ramas y espinas, y ganar terreno en dirección a las luces que veíamos a lo lejos, y que nos guiaban al camino.
Bajamos por cualquier parte. Ni cerca de agarrar el camino vehicular de la mañana. Terminamos saliendo -salto de reja de alambre de púas mediante -al camino principal. Claro, en las cercanías de la Iglesia de Manquegua (¿guía divina?) bastante más abajo de donde dejamos el auto..
Pero daba igual, había que caminar de vuelta, pero al menos por un camino que no permitía perderse, ni resbalarse, ni aforrarse con ninguna rama. Minutos más tarde -ni idea cuantos- comíamos palmitos y tratábamos de sacarnos los kilos de tierra de encima a punta de toallitas húmedas.
Me pasan estas cosas cada vez que digo que un cerro va a estar fácil…
Foto: Bien nos recibieron las montañas y valles de la Región de Coquimbo. |
Bajamos a Salamanca, encontramos un hostal mucho mejor que la porquería donde nos quedamos de ida, casi tapamos la ducha de tanta tierra, y dormimos felices.
Lo que vino después fue turisteo playero feliz de vuelta a Santiago, con la alegría de una bonita cumbre en una región que no habíamos visitado con fines montañeros, y que nos permite seguir recorriendo las montañas de Chilito.
La nota mala. A pesar de ser un seudo Santuario de la Naturaleza, declarado como tal con un montón de publicidad y marimba, la intervención minera en la zona es espantosamente preocupante. Yo no sé si estos tipos van a respetar, o la autoridad va a hacer respetar (o ya está vendida) la integridad de la montaña, su clásica “Raja de Manquegua”, o el sector de Poza Azul, porque los caminos mineros y sus faenas ya están muy, pero muy cerca, y no parece que se vayan a detener. Una pena.
Alegría y preocupación, como en tantas zonas montañeras…
Autor: Elvis Acevedo Riquelme.
"En todas las cosas de la naturaleza, hay algo de lo maravilloso..."
Aristóteles.