Cerro Azucena
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Con los planes de volver a la Puna de Atacama cancelados, decidí escapar del calor de la zona central a como diera lugar, y que mejor para eso que irme lo más al sur que pudiera. El destino elegido fue Puerto Natales.
Siempre pasé por Natales rápido, la usé como ciudad “de pasada” cada vez que viaje a Chaltén, y creo que solo el 2016 alojé en ella. Ahora quería quedarme varios días para ascender algunas cumbres de la cordillera Prat, y tomar cerveza con amigos.
Volé directo de Santiago, ahorrándome las tres horas de bus desde Punta Arenas, pero teniendo que aguantar un aterrizaje bastante más movido que los habituales, me encontré con amigos en el avión que me dieron un aventón hasta la hostal en la que había reservado. Una vez instalado me dediqué a recorrer y rememorar recuerdos de visitas pasadas, me di cuenta de que habían pasado muchos años desde la última. Me sentía contento.
Terminé ese día en el Slowly Bar tomando cerveza y comiendo completos con la Dani Silva y el Max Ramírez, a quienes agradezco los buenos momentos compartidos durante este viaje. Después del necesario tiempo de relajo, partí por mi primer objetivo, el cerro Azucena, en la cercana pero poco considerada cordillera Prat.
Una de las cosas que me habían motivado a visitar la zona, era que en teoría podía moverme en trasporte público, los buses subvencionados por los impuestos de todos los chilenos, “Galán”, los cuales al final del día tenían un servicio paupérrimo.
Para este primer round con las montañas de la zona logré subirme al bus, que sale del andén 10 del terminal Rodoviario, y bajarme en el punto de la carretera donde debía comenzar la caminata de aproximación. El día estaba hermoso, siempre con nubes, pero con claros de sol que le daban al paisaje unos tonos limpios e intensos, ayudados por el hecho de que había estado lloviendo, lo que generaba un agradable olor a vegetación mojada.
Me salté un portón y caminé por un claro camino vehicular, llegué a un estero donde tuve que sacarme los zapatos para poder cruzar, al regreso me di cuenta de que veinte metros más a mi derecha había un puente…
Foto: Inicio de la caminata. |
Continué ahora por terreno de pasto, barro, algunas ciénagas, hasta llegar al comienzo del cordón de montañas, donde la pendiente cambia, aquí había otro estero, pero entre piedras y algo de cuidado pude cruzar sin sacarme los zapatos otra vez. Acá, después de saltar un cerco de alambre de púas, conecté el sendero que me permitió comenzar a ganar altura.
La subida fue por un terreno de mucha vegetación, y todo estaba muy mojado por las lluvias de los días anteriores, pero sin dificultades y con un clima muy soleado en ese momento, fui avanzando sin problemas. En algún punto me topé otro cerco de alambre de púas, lo salté, y el sendero torció de manera evidente en dirección a la base de las montañas, la vegetación pequeña disminuyó, y entré de lleno al bosque, uno de árboles muy altos que me protegían bastante de los chaparrones esporádicos que algunas nubes entusiastas dejaban caer sobre mí.
Mi idea original era llegar a la línea del bosque y acampar bajo la protección de los árboles, ya que se me hacía que en terreno despejado el viento podía ser muy fuerte, pero tenía claro que no siempre es fácil encontrar un claro adecuado para instalar la carpa en estos bosques tan densos.
Después de un par de horas de subida vi a mi derecha, y algunas decenas de metros más abajo, un claro de arena completamente seco, bajo los árboles y cerca del estero, parecía un lugar ideal, estaba sin lentes así que no me convencía de encontrar un lugar tan perfecto, me los tuve que poner para darme cuenta de que era real. Decidí ir a mirar.
Bajé una pendiente de hierba y cruce con cuidado un terreno cubierto de vegetación, pensando que podía haber agua oculta, pero no paso nada, llegué al arenal y era tan maravilloso como se veía de lejos, sino más…
Me saqué la mochila y me senté a pensar, tenía la sensación de estar acampando muy pronto, y de que estaba quedando muy lejos del cerro, estaba a unos 590 metros de altura, así que el desnivel para el día siguiente era más que razonable, estaba bastante mojado, y principalmente me dio la sensación de que iba a estar difícil encontrar un lugar tan cómodo más arriba. Decidí quedarme.
Armé la carpa, intenté con poco éxito secar los calcetines y los zapatos, y me dediqué el resto de la tarde a disfrutar de un lugar realmente maravilloso.
Al día siguiente desperté temprano, tomé desayuno, preparé mis cosas, y partí en busca del paso “Víctor Álvarez”, a unos 1.265 metros. Ese era mi primer objetivo, y en ese punto tomaría decisiones de a que montaña ir primero.
Foto: Campamento. |
Foto: El final del bosque. |
En poco más de una hora llegué a la línea del bosque, el paisaje se abría, se veían las laderas desnudas, el impresionante glaciar colgante del cerro Esmeralda se mostraba increíble; ahora tenía que avanzar por un claro sendero, por terreno de poca pendiente, hasta llegar a la base de la subida final que me llevaría al portezuelo por terreno de rocas y nieve.
El paisaje era muy lindo y había poco viento hasta ese momento, el cielo tenía claros azules entre nubes que no parecían muy cargadas de agua, la temperatura era fría pero agradable, estaba disfrutando el solo hecho de estar en las montañas, sensaciones que extrañaba.
La subida hasta el portezuelo fue por terreno más abrupto, de rocas y nieve, el viento comenzaba a golpear con más intensidad, y me imaginaba que al salir al filo se iba a poner bastante rudo, las nubes pasaban a toda velocidad dándole al ascenso un ambiente extraordinario, muy intenso.
Llegué al portezuelo, el viento estaba fuerte, copos de nieve me pegaban en la cara, pero era nieve arrastrada por el viento, no había indicios de tormenta o de que el clima fuera a empeorar, el Esmeralda se veía más lejano, así que decidí asegurar una primera cumbre y partí en dirección del del Azucena.
Foto: Filo en dirección al Azucena. |
La subida por el filo fue entretenida, el viento se puso muy fuerte a ratos, las nubes no me dejaban ver con claridad hacia el fiordo Última Esperanza y las montañas del cordón Chacabuco, que también me interesaba explorar, solo a ratos algunos claros de sol dejaban entrever algunas hermosas, puntiagudas, y desafiantes cumbres, sin nombres ni ascensos.
Casi sin darme cuenta llegué a una zona donde tuve que trepar un poco por roca descompuesta, pero de exposición moderada, pasando algunos resaltes quedé bajo un torreón tapizado en hielo, parecía ser la cumbre, no tendría más de cinco metros de altura. Busqué la forma de subir con cuidado por la resbalosa piedra, y me asomé al punto más alto con una ventolera que ya se había desatado por completo. Cumbre.
A pesar del frío y el viento me di tiempo para disfrutar las sensaciones, estaba muy contento, lo único que lamentaba era que las nubes cubrían casi toda la visual a otros cordones que me interesaban, pero así es subir montañas en estos confines cordilleranos, nunca esperé un día de sol.
Mientras sacaba fotos en todas direcciones me fijé que poco más al sur había una cumbre completamente blanca, y que después el filo bajaba en dirección al cerro Prat, visualmente parecían medir lo mismo, pero opté por ir a visitarla también, no parecían ser más de diez minutos de trabajo.
Foto: Cumbre norte desde la cumbre sur. |
Destrepé la roca húmeda y bajé algunos metros por un acarreo suelto, quedé rápido bajo la pirámide final y en pocos minutos llegué a la parte superior, a diferencia de la cumbre norte, esta estaba completamente nevada y era más “fina”, más estética que el rechoncho torreón cumbrero del que venía. Hacia el sur el filo comenzaba a bajar en dirección al portezuelo que separa el Azucena del Prat, era cumbre sin dudas, cuando las nubes entran y salen tapando las visuales hay que fijarse muy bien donde se está parado.
Visualmente me resultó imposible determinar que cumbre era más alta, se veían iguales, y con el frío que hacía ni pensé en ponerme a tomar mediciones, así que para mí el cerro simplemente tiene cumbres norte y sur, están tan cerca la una de la otra que no hay ninguna dificultad en visitarlas ambas.
Luego de eso y de darle una última vista a los tremendos paisajes que me imaginaba estaban detrás de las nubes, comencé a bajar.
En la bajada el viento seguía fuerte, pero me sentía muy fuerte y muy vivo, estaba muy contento, así que después de mirarlo unos minutos, decidí ir por la cumbre del Esmeralda…
Autor: Elvis Acevedo Riquelme.
“No puedo entender porque la gente tiene miedo a las ideas nuevas, yo tengo miedo de las antiguas…”
John Cage.