Accidente en el Alto de la Engorda

Alto de la Engorda

 

  • Altitud: 4.027 msnm.
  • Ubicación: Valle de Pangal - VI Región.
  • Fecha: Octubre del 2007.
  • Integrantes:
    • Roberto Toro (P. Alpinos)
    • Elvis Acevedo (P. Alpinos)
    • Juan Carlos Caro (P. Alpinos)
    • Fabián Acevedo (P. Alpinos)
  • Ruta: Cara NO.

El 13 de octubre del 2007, pasé una de las noches más solitarias, heladas, tensas, dolorosas, y difíciles de mi vida. Estaba oscuro, Roberto, mi compañero, ya había con voz temblorosa tomado la decisión de bajar por ayuda al no poder llegar donde yo estaba, después de haber tenido la genial idea de deshacerse de la cuerda…

Hacía pocos minutos, o quizá muchos, no lo sé, había sufrido una caída de unos 30 a 35 metros, y ahora, atascado en una especie de chimenea vertical, no tenía ni la más mínima idea de si iba a volver a ver a mis seres queridos una vez más…

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El Alto de la Engorda es una montaña ubicada en el valle de Pangal, sexta región, con un solo ascenso registrado, y uno o dos más supuestos. La habíamos intentado con Roberto Toro y Juan Carlos Caro   -dos de mis cordadas más recurrentes en aquellos años- en un par de oportunidades.

La primera vez con JC íbamos bastante embalados por el filo sur-oeste, sin embargo, tuvimos que bajar a ayudar al resto del grupo que esa vez estaba compuesto por amigos de Roberto que venían desde el sur, y que estaban atascados en una parte de la subida sin poder subir ni bajar. Descender e instalarles la cuerda para que bajaran nos tomó tiempo que después no podríamos recuperar. Así se nos fue ese primer intento.

Los otros casi que no merecen ni ser mencionados, ya que no fueron intentos en sí. En el segundo íbamos con Roberto decididos a todo, pero al final no pudimos cruzar ni el río Blanco que en diciembre trae un caudal que supera por lejos mis escasas capacidades acuáticas. Y en el tercero tampoco llegamos siquiera al cerro, al encontrar el camino nevado desde mucho antes de Las Callanas, cosa que nos hizo perder un día entero, aunque nos pegamos una buena “randoneada”.

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Foto: Juan Carlos, Fabián y Elvis durante aquel tercer "intento".

Con todos estos penosos antecedentes que le agregaban peso mental a nuestras mochilas, partimos en octubre del 2007 rumbo al Alto de la Engorda, una vez más. Llegué a Rancagua un jueves en la noche, y asado de por medio me quedé en casa de Roberto. Al día siguiente partimos a Coya donde nos encontramos con “Lito” y Waldo, quienes nos prestarían apoyo en el trasporte.

El día estaba nublado cuando comenzamos a caminar, recuerdo que el “Lito” -un buen amigo nuestro de la zona- comenzó a tocar una linda melodía con su flauta dulce mientras nosotros emprendíamos la marcha; que buena onda pensé, nos tiene que ir bien…

Ese día subimos y subimos, como uno suele hacerlo cuando sube cerros, hasta instalar nuestra pequeña carpa LIDER en algún lugar en medio de la nada. Había tantas nubes bajas que en todo el día no habíamos podido ver el cerro, solo cuando se ocultaba el sol se despejó un poco y pudimos ubicarnos algo mejor.

Campamento

Foto: Nuestro campamento.

El día del intento de cumbre partimos muy ansiosos y contentos, pero con algunas dudas por el clima. Por suerte en la mañana estaba bastante estable, con algo de frío y nubes que a veces entraban, y así como aparecían, desaparecían.

Nos lanzamos de manera directa por la cara oeste; se veían varios caminos a seguir, y de un lado a otro fuimos ganando altura por neveros sencillos, hasta que la cosa se puso más empinada y sacamos los piolets y la cuerda.

De abajo la cumbre parecía cerca, las nubes ya se habían tomado el cielo y a ratos plumillaba suavemente. Al mirar hacia arriba las nubes no nos daban claridad de cuál podía ser el punto final, así que afrontamos de manera recta y con algo de memoria -según lo que vimos desde más abajo- una ruta directa hacia arriba.

La escalada fue preciosa, un nevero de unos 70 grados nos llevó a la base de una pared de roca que superamos con bastante cuidado, pero muy motivados, algo así como un 5.8 YDS con crampones y plumillaje constante pero muy suave. Pero la alegría dio paso a la incertidumbre. Cuando llegué al hombro desde donde se suponía iba a escalar los últimos largos a la cumbre, todo me pareció extraño, las nubes dejaban ver poco, pero en un momento se abrieron y pude ver que más alto que nosotros, aún había un montón de otras agujas ante cumbreras, y por más que miraba entre las nubes, no podía distinguir la más alta.

Echando pestes bajé y le conté a Roberto lo que pasaba. Lejos de desanimarnos decidimos buscar por otro lado a ver qué onda. Rapeló Roberto, desescalé tras él, y realizamos una travesía que nos permitió rodear una montonera de pináculos rocosos que desde abajo parecían defender la cumbre, pero que ahora nos dábamos cuenta de que solo nos tapaban la visual, ya que faltaba bastante terreno hacia arriba.

Escalando

Foto: Disfrutando de la escalada.

Seguimos escalando pasadas de roca bastante expuestas, nos metimos en una especie de garganta rocosa, superamos un acarreo bastante duro y al dar la vuelta vimos el filo sur-oeste, la nieve comenzaba a caer con más fuerza y las nubes a cerrarse más, pero no era una tormenta, más bien un duchazo.

Tomamos la altura con GPS, 4.040 metros o algo así, eso nos mató, ya que se suponía que el cerro medía como 3.900 metros, entonces ahora no podíamos saber cuánto realmente nos faltaba, podían ser 50 metros o 400 metros, y hacia arriba no se veía nada.

Tomamos la siempre amarga decisión de bajar, casi sin importarnos el clima ni nada, íbamos muy lateados, pero conscientes de que esta cosa es así, lo habíamos dado todo, habíamos tratado hasta el final cumplir con algo que era importante para nosotros, y simplemente no pudimos. Pero esto no terminaba, aún faltaba, y mucho.

Llegamos a la zona vertical, el primer rapel sin rollos, el segundo tampoco, seguía plumillando suave, parecía que tuviéramos una nube sobre la cabeza ya que en el horizonte se veían estrellas, pero sobre nosotros aún caía un poco de nieve.

Desde la segunda reunión se veía el nevero por el cual habíamos subido, sabíamos que estando ahí todo sería sencillo, ese nevero llegaba a la parte baja del cerro donde todo era más plano, pocos metros en horizontal nos separaban de él. El espacio en la reunión era poco así que cuando llegó Roberto y se puso a enrollar la cuerda, me desenganché y comencé el traverse. Cuando ya estaba descansando un poco en la seguridad del nevero, Roberto me llama, estaba algo complicado en una pasada, o la cuerda sobre la mochila le molestaba, no lo sé, o no lo recuerdo, me doy la vuelta para ayudarlo, me devuelvo unos metros, pongo el pie en un montón de nieve y cuando doy el paso… ¡pum!

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Foto: Comenzando el descenso. Fue la última foto antes del accidente, pudo ser la última...

"... Íbamos concentrados en vernos los pies, nada más. El tiempo no sé cómo pasó tan rápido. Ya estaba oscuro. Con las linternas puestas seguimos ese borde. Donde miraras era oscuridad, hasta que de repente un ruido extraño y la luz de Cocho desapareció. No fueron ni dos segundos. Todo quedó en silencio y un frío fantasmal me recorrió el cuerpo. ¡¡Y la conchetumadre!! me dije, y trataba de controlarme. Nieve, viento, pegado a la pared como lagartija, me tiritaban las piernas y me bloqueé. Se me había olvidado hasta la cuerda que la llevaba cargando en mi espalda. ¿Qué hago?

Esta parte de las aventuras de cerro las leí o vi solo en películas. Ahora me ocurría. Filo con la cuerda, me la saqué y la tiré tras mío, al vacío. En este acto sin querer pasé a llevar la linterna hacia atrás. Oscuridad total y quedé en negro, “aquí si la cagué”. Cuando vez pasar la película de tu vida, aquí me la pasé. Quise cubrir mi cabeza con el gorro de la chaqueta y por suerte la linterna estaba metida en el gorro. Listo. Primer obstáculo superado. Ni siquiera pensaba en Cocho. Segundo obstáculo, tratar de salir de ahí.

Por un lado, era devolverse, por el otro seguir y sacarse la cresta por las rocas o… un metro o dos más arriba pegado a la roca había una cornisa de nieve, la seguí un poco con la linterna y se perdía constante hacia abajo. ¡¡Por aquí!! Estaba cansado y la caída del Cocho me agotó por completo. Para llegar a esa cornisa debía subir y no tenía fuerzas. No sé cuánto tiempo estuve ahí pegado, pensando y pensando. Hasta que me decidí y de un salto o balanceo poderoso cubrí ese metro o dos hasta quedar pegado con crampones y piolet en la nieve. Con el cuello adolorido de mirar a los lados y arriba, con nieve hasta por las orejas, empecé a desescalar.

La verdad es que iba casi vertical bajando. Paso a paso. Un descanso, mirar para donde seguir y otro paso más. Interminable. Llegué a un “plano” y me pude sentar. Recién pude hacer un repaso de lo sucedido y la suerte que tuve. Más no mi amigo. Paja mental con destacador. Eran las 22:00 hrs..."

Roberto Toro.

El montón de nieve cubría una piedra lisa, los crampones no se agarraron a nada y en menos de un segundo volé para abajo sin tiempo de nada, es increíble, estaba atento y sin embargo ni siquiera reaccioné a tratar de agarrarme de algo. Caí rápido, por suerte no iba descontrolado ni dando botes, iba sentado, pero muy rápido, cada vez más rápido.

Con las manos intentaba hacer presión para frenar algo, no servía de nada, los piolets enganchados en las muñecas rebotaban de un lado a otro, solo veía lo que la linterna frontal alcanzaba a iluminar, y estrellas, recuerdo las estrellas que pasaban y pasaban y haber pensado “Chucha me estoy cayendo”, lo que uno nunca cree que le va a pasar.

Pasaban los segundos y en la medida que caía perdía la esperanza, comencé a caer más rápido y dando pequeños saltos, lo que me indicó que la pendiente aumentaba, “Voy a llegar al borde de los farellones y ahí si fregué, no hay nada que hacer”. Alcancé a imaginarme dando botes y rebotes por las piedras y la nieve, golpeándome la cara y sintiendo como los huesos se empezaban a quebrar, chocando con rocas hasta quedar inconsciente y con la pena de dejar tantas cosas inconclusas, tantas cosas que no dije, tantos abrazos que nunca di, tantos agradecimientos que quedaría debiendo, tantos sentimientos, que -tontamente- me guardé... Tenía 27 años, y la tranquila resignación de que todo estaba por terminar...

Alto de la Engorda

Foto: Cara NO del Alto de la Engorda.

En un resalte me fui por el aire, pocos segundos, pero en ese poco espacio de tiempo real, eterno en mi mente, di todo por perdido, nada que hacer, "fue una buena vida"...Ya en el aire recuerdo dos cosas con extraña claridad, uno, la sensación de pérdida total del control del cuerpo, y dos, haberme llevado los brazos a la cara para taparme y decir, “Diosito párame por favor”.

Y justo en el momento en el que dije mi célebre frase me detuve -algo brusco- pero me detuve, que era lo importante. Después de irme por el aire varios metros fui a dar justo en una especie de chimenea de roca, azoté con todo el lado izquierdo del cuerpo, de lleno contra las piedras, y reboté tres o cuatro veces de un lado a otro mientras perdía velocidad y terminaba atascado donde la chimenea se angostaba y una piedra hacía las veces de tapón.

Siempre me he llevado bastante bien con Dios, aunque no soy religioso ni nada similar, nos llevamos bien, hay buena onda.

Aún estaba en terreno vertical, pero había dejado de caer, cuando me di cuenta de que había frenado me puse a reír, claramente una risa nerviosa, o más bien de alivio creo yo, pero me reí un buen rato, la verdad no lo podía creer, estaba vivo.

Los siguientes minutos los dediqué a ver si tenía algo roto, moví pies, brazos, todas las articulaciones en general, y aunque el lado izquierdo del cuerpo me dolía como el demonio, me di cuenta de que no tenía fracturas. “Que rajaso” pensaba.

Eso me animó un rato, pero después se me pasó al ver donde estaba. Atascado en una chimenea vertical no tenía muchas opciones de nada, intentaba iluminar hacia abajo con la frontal, pero no era suficiente para distinguir si la pendiente terminaba en algún plano donde pudiera intentar llegar, hacia arriba ni hablar, estaba completamente atorado. Después de convencerme de que para abajo no era la cosa, trepé un par de metros como pude, hasta llegar a una especie de hoyo rocoso, donde me pude acomodar algo mejor haciendo presión con los pies en la roca que tenía al frente. No estaba cómodo, estaba medio mal sentado, que era mejor que estar medio mal parado.

Ya más calmado me puse a pensar, “Chucha, el Roberto”…

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Foto: Roberto y Elvis en el campamento, el día previo.

Seguro que caerse no tiene ninguna gracia, pero ver a tu compañero caer no debe ser tanto mejor, además Roberto tenía que pasar por el mismo lugar por donde yo había pasado, y por donde me había visto resbalar. Me invadió una tremenda sensación de angustia, pensaba “Este loco se va a poner nervioso y se va a caer”. Estaba seguro de que de un momento a otro lo iba a ver pasar hacia abajo. Eso me tenía muy angustiado por no poder hacer nada por ayudarlo.

Pasó mucho rato, no sé cuánto, perdí toda noción del tiempo en esos momentos, no escuchaba nada, pero seguía angustiado pensando que Roberto había caído, comencé a gritar, “Toriiiiin, Toriiiiin”, por si en una de esas estaba bien, podría escucharme y devolverme el grito, para al menos saber si estaba vivo.

Grité mucho rato, seguramente el mismo tiempo que a Roberto le tomó bajar, hasta que escuché de vuelta, “Cochooooooooo”, “Chesumadre este weón está bien”. Casi lloro de la alegría de saber que estaba vivo.

"... Grité en varias ocasiones por si había respuesta del Cocho. Traté de ubicarme en el cerro para poder continuar. Mentalmente suponía donde estaba y para dónde seguir. En eso estaba cuando vi un resplandor. Pensé en un relámpago, pero no se escuchó nada más. Ya no nevaba tan fuerte, pero hacía un frío de la puta madre. ¡Otro resplandor! “Este weón está vivo” pensé. Hice señas, cambio de luces y silbé. ¡Thooriiinn!…. Partí al grito y di con Cocho, al menos cerca de donde estaba. La cuerda me pedía, y yo la tiré porque me impedía moverme. Le dije que no la tenía y que iba tratar de bajar hasta donde estaba. Me dio la impresión de que estaba como en un cráter o algo así.

A medida que me acercaba más resbaloso se hacía. Cocho, con ese humor de mierda que tiene en situaciones raras, me dice que no baje porque con un porrazo bastaba, sino no saldríamos de ahí. Me quedé arriba. No tenía ninguna tripa afuera ni extremidades quebradas, solo estaba machucado a cagar y no podía salir de ahí. Por lo que decidí dejarlo botado y bajar por ayuda. Eso me tomaría toda la noche o más hasta llegar recién a Carabineros. Nos despedimos, emocionados, porque no sabíamos si volveríamos a vernos otra vez…

Era una noche heladísima para estar con lo puesto..."

Roberto Toro.

Se acercó la voz, parloteamos un rato, las preguntas obvias, lograba ver el haz de luz de su linterna, le pedí la cuerda, pero me contestó que la había perdido, "como pierdes una cuerda" pensé, no le di más vueltas, ya estaba echo, lo importante para mí en ese minuto es que el enano estaba bien.

Con la voz de Roberto más cerca me animé un poco, intenté trepar los metros que me faltaban hasta lo que parecía ser una terraza desde donde se veía la luz y escuchaba la voz, pero el dolor, sumado a la inseguridad de saber que si me volvía a resbalar seguía la caída vertical, no me permitieron salir de ahí, “No aguanto dos caídas, no seguidas al menos” pensé.

Le dije a Roberto que bajara, se negó, me decía que se iba a quedar, yo le insistía de que debía bajar, me decía que me iba a congelar, le respondía que si me congelaba iba a dar lo mismo que él estuviera ahí e íbamos a terminar congelados los dos. En eso estuvimos un buen rato hasta que con voz llorosa me dijo que iba a bajar, ahí nos despedimos. Ni la más dramática escena de teleserie venezolana podría haber igualado aquel momento…

ADLE

Foto: Alto de la Engorda desde la cumbre del Socavones.

Me quedé solo, muy solo, solito, y ya que sabía que tendría que estar toda la noche ahí, intenté acomodarme lo mejor que pude. Pensé que si durante la noche me pegaba un “pestañazo” me podía ir de hoci…, así que busqué la manera de asegurarme. No había grietas ni fisuras en la roca, al final, en una especie de hoyo con una piedra atascada, pasé un stopper, le puse un mosquetón, y me enganché. Al menos me serviría para no caer en caso de quedarme dormido. También me saqué la mochila y la enganché con una express a la improvisada reunión, que, para ser honestos, dudo mucho que hubiese aguantado un tirón fuerte; pero peor es nada.

Vi que tenía para comer, una caja de duraznos, una barrita, y eso sería. No me quedaba casi nada de agua. Abrí los duraznos para tomarme el juguito, pero estaba congelado "puta la wea..." me comí la mitad de la barra, me tomé el sorbo de agua que me quedaba y me acomodé lo mejor que pude.

A ratos miraba hacia las partes bajas del valle a ver si podía ver la linterna de Roberto, pero no se veía nada, estaba cansado, así que a ratos y usando la mochila como "frazada" lograba dormir un poco, pero generalmente despertaba tiritando, ahí comenzaba a moverme para intentar generar un poco de calor, cuando lo lograba, otra dormitada y a despertar tiritando de nuevo, así se fue gran parte de la noche.

En una de las secuencias desperté blanco, plumillaba con más fuerza y estaba tapado de nieve, pensé “yapo, ya está gueno”, mientras me sacudía la nieve; después paró y se despejó, con lo que el frío aumentó.

El frío era algo complicado, tiritaba mucho, sin embargo, gracias a la baja temperatura el dolor de las lesiones estaba algo mitigado. Pasaban las horas lentamente, miraba las estrellas intentando después de dormir un rato, ver cuánto avanzaban, no resultaba, no lograba reconocerlas de un rato a otro. Pensaba en la familia, amigos, en ella... todo parecía estar tan lejos...

9

Foto: Con nuestro amigo "Lito", el día que nos fue a despedir al inicio de la caminata...

Después de innumerables secuencias de dormir-despertar-dormir, y pensar, pensar y pensar, vi que en el horizonte comenzaba a aclarecer, guau pensé, lo logré, pasé la noche, aunque la verdad después de que me detuve de la caída, nunca pensé en morirme o algo así.

Vi como amanecía, estaba despejado, el sol en el valle se acercaba muy lentamente hacia donde yo estaba, pensaba que, si Roberto había llegado a la carpa en la noche, habría partido temprano a Las Callanas a buscar ayuda, eso eran algunas horas más. Miraba hacia abajo a ver si se veía algún movimiento, a veces creía ver personas, pero después de un rato me daba cuenta que eran piedras.

Tenía sed, cuando llegó el sol -muy tibio- saqué los duraznos a ver si se descongelaban. Pasó mucho rato, un par de horas seguramente, nada, seguían duros, así que al final opté por comérmelos como estaban, algo así como "duraznos frappé".

Pasaron algunas horas en las que disfruté el sol, a pesar de lo poco o nada que calentaba, era sicológico, después de haber pasado toda la noche tiritando, claro que ahora los dolores eran bastante más agudos.

Después de pensar en cómo estaría Roberto asumí que si había un rescate pasaría mucho rato. Miré a mi alrededor y el terreno era muy complejo para un operativo, vertical y escondido, pensé que sería un riesgo para cualquiera que intentara sacarme de ahí, quizá ni podrían llegar adonde yo estaba, quizá se mataría alguien tratando de rescatarme, quizá me iban a tirar un cable de un helicóptero y no me hacía gracia esa alternativa, no tenía idea de nada, solo que mi ubicación, ahora que podía mirar a mi alrededor con luz de día, era muy, muy, muy complicada.

Al mismo tiempo me di cuenta de lo afortunado que fui la noche anterior; si hubiese caído un metro o dos a la derecha, habría pasado de largo decenas de metros hacia abajo, otros tantos metros a la izquierda y habría quedado ensartado en unos pináculos rocosos bastante puntudos que había en esa zona. Caí con precisión de centímetros en el único lugar donde podía sobrevivir al golpe.

"... Me costó mucho bajar. Miraba hacia el cerro, ¿estará vivo? Y continuaba. En realidad, eso me daba fuerzas para seguir, porque ya estaba más que agotado. A las 07:00 estaba en el río Paredones. Aquí paré un rato. Me dolían los pies, la espalda, el alma, ¡todo! Me tomé todo el río, me mojé cintura arriba y continué. Al ojo calculé que en unas tres horas estaría en Las Callanas y ahí era muy probable que hubiera gente que me pudiera ayudar. A las 12:30 llegué a Las Callanas y veía gente que andaba de paseo, ya era domingo. No sé con qué cara aparecí que una señora me dice ¿y uté de donde viene con esa cara? Me dieron leche y les pedí que por favor me llevaran en la camioneta a Pangal a pedir ayuda. Nos fuimos de inmediato.

Al llegar a Carabineros mi estado era desastroso. Tenso, la cara no sé cómo, agotado y shockeado. Me quitaron la mochila y lo primero fue comida. No podía comer así que tomé harto té y café, no podía hablar hasta que me recuperé un poco y les conté todo. El Retén que siempre lo vimos en paz y tranquilidad, ahora se convertiría en un hormiguero de arrieros y otros Carabineros.

Llegaron refuerzos de Carabineros que tenían el día libre. Luego llegó el GOPE desde Rancagua y finalmente una unidad aerotransportada. Y los arrieros con un camión con animales listos para subir. Yo impresionado. Nadie sabía a ciencia cierta dónde quedaba el cerro ni cómo llegar. Con mapa en mano y las fotos de mi cámara instruí a los del GOPE y pilotos de dónde podría estar el Cocho, les di tiempos de caminata y hablé de los vientos, etc. Me miraban perplejos. El piloto me dice que no me puedo ir hasta que lo saquemos, o sea, debo volar con ellos. En un principio íbamos a pie con el GOPE para acampar en el plateau. Después el plan fue GOPE en helicóptero y se descolgaban sobre el cerro para desescalar hasta donde Cocho. Y yo ahí metido, llevaba casi 48 horas sin pegar un ojo.

Pasaron varias cosas antes que esto. Al llegar al Retén lo primero que pedí fue un teléfono para llamar a Fabián. No me salió la voz para decirle que tuve que dejar a su hermano botado en el cerro porque se cayó. Y lo otro fue preguntar a los Carabineros en qué situación me encontraba yo, como asesino, sospechoso, homicida o qué. Ellos sólo me calmaron y me dijeron que esto era un accidente...”

Roberto "Thorin" Toro.

Las Callanas

Foto: Las Callanas.

“… Transcurrían aprox. las 11 de la mañana y recibo un llamado de Roberto, “Thorin” para los Perros Alpinos. ¡Perdóname Fabian! fueron sus primeras palabras, quede como que me hubieran dado un combo en la pera -¿qué paso?- ¡¡perdóname!! me responde muy afligido, tu hermano se cayó en una quebrada y no sé cómo está -¿Dónde estás ahora? le pregunto-, en Carabineros de Pangal me responde, ¡¡dame detalles!!

-Tu hermano tuvo una caída ayer aproximadamente a las siete de la tarde de como unos 60 metros-. Lo primero que pensé es que mi hermano se había matado, en realidad no creo conocer a nadie que cayera 60 metros y sobreviviera para contarlo -Alcance a conversar con él, pero parecía no estar muy bien. Yo (Roberto) caminé toda la noche hasta llegar a Carabineros de Pangal y te llamé-. Lo primero que hice fue tranquilizar a Roberto, le dije salgo de una para Pangal, espérame ahí.

Empiezo a llamar a los Alpinos, Juan Carlos con una disposición asombrosa me dice "pásame a buscar en una hora". Yo preparé el equipo y en menos de una hora ya viajábamos en nuestro fiel camello (Jeep Lada Niva) rumbo a Pangal.

Mi plan era subir lo más arriba posible y tratar de llegar a donde estaba mi hermano antes del anochecer. Mientras tanto seguíamos viajando y pensando miles de cosas, recuerdos, miedos, y la incertidumbre de saber cómo estaba mi hermano o si ya no pertenecía a este plano material..."

Fabián Acevedo.

Comencé a analizar las opciones de moverme por mí mismo. Hacia abajo se veía todo vertical hasta el borde de unos farellones, por donde de seguro no tendría opciones de bajar, hacia mis costados nada que hacer, tres o cuatro metros hacia arriba parecía haber una especie de terracita. Desde ese lugar Roberto había alumbrado con su linterna, así que era posible que pudiera salir al nevero desde ahí. Claro que para llegar a la terraza tenía que treparme esos tres o cuatro metros prácticamente con un brazo y un pie, y esperar que de verdad hubiera algo allá arriba, porque si no había nada, si el terreno seguía vertical hacia arriba, no podría volver a mi posición, estaría perdido.

Mucho, no, muchísimo me costó tomar la decisión de comenzar a trepar. Recuerdo que dos veces saque el stopper para comenzar a subir, y lo puse de nuevo casi al instante, era mi seguro, lo que impedía que cayera, sacarlo era volver a tomar todos los riesgos. Fue la peor lucha mental que he tenido que enfrentar en una montaña, tenía miedo, miedo de caer de nuevo y que todo acabara definitivamente. Atreverme sacar ese seguro ha sido de las decisiones más difíciles de mi vida, tuve que vencer todos los miedos que tenía en ese momento, que eran muchos, de hecho, ni siquiera sé si los vencí o no, solo sé que en un momento tuve que decidir, y decidí subir.

Era un tramo corto, pero fue eterno, además de que no podía estirar el brazo izquierdo tuve que escalar de manera muy extraña. Lo que sí recuerdo es que cada presa de roca que tomaba la apretaba como nunca. Casi llegando arriba, al salir a la terracita que si era tal (¡¡por suerte!!) tomé con la mano izquierda medio doblada por el dolor, un pináculo rocoso, excelente agarre, y estaba firme, y de él debía tomar impulso para salir arriba, “agárrate de esta piedra como si en eso se te fuera la vida”, pensé, y de hecho así era, si caía desde ahí sería todo.

Reten

Foto: Retén de Carabineros de Pangal.

Pero salí arriba, por un acarreo algo inestable pero tumbado. Que impresionante sensación de calma por unos minutos, pero veía las piedritas rodar y caer, así que no llegué a relajarme, inmediatamente me arrastré al borde desde donde suponía que Roberto me había hablado, me asomé, vi el nevero, un poco más allá las huellas de Roberto, desde ahí hasta abajo todo era fácil, ahora sí me eché a reír y me tiré de espaldas con una increíble sensación de alivio y alegría…

No lo podía creer, estaba vivo, pero además de estar vivo ahora estaba en terreno sencillo, no más incertidumbre, apenas me podía mover del dolor, pero eso daba igual, sabía que el nevero era fácil, aunque me demorara una semana en llegar abajo iba a llegar igual. No sentía mayores emociones que las necesarias y solo por un rato, no me podía dar tiempo para relajarme o ponerme sentimental, no todavía.

Llegué al nevero y empecé a ensayar la mejor forma de bajar. Estaba cojo, al apoyar el pie izquierdo me dolía el tobillo, la rodilla y la cadera, sobre todo esta última, así que bajé tratando de cargarme lo más posible con el pie derecho. Intentaba mantenerme recto, con el brazo izquierdo pegado al cuerpo para evitar el dolor del hombro, el codo y la muñeca, y tenía que tratar de respirar cortito, por la presión en el pecho y el dolor en las costillas. Ahora que lo pienso debo haberme visto muy gracioso bajando así…

No sufrí mucho en el nevero, aguanté como pude, me costaba un poco respirar, pero no botaba sangre por la boca así que me auto convencía de que estaba exagerando. Lo que sí, tenía mucha sed, así que cuando llegué a la parte baja del cerro y encontré agua, me tomé como un litro y medio al seco, y con gusto vi que no se salió por ninguna parte. Estaba contento porque sabía que había zafado del accidente, pero seguía preocupado, no sabía que había pasado con Roberto. Yo pensaba que había dormido y había partido en la mañana a pedir ayuda, los ríos no estaban fáciles de cruzar, solo esperaba que estuviera bien.

Por mi parte no me podía relajar, me quedaba un tremendo pique hasta Las Callanas, y lo que más me inquietaba era cruzar los ríos Pangal y Blanco, cojo y sin poder hacer mucha fuerza en los pies. Son ríos grandes, no le encontraba ningún brillo al hecho de aguantar una caída de 30 metros para después morir ahogado.

Después de hidratarme y descansar un buen rato decidí seguir bajando, no tenía ni la más mínima idea de que podía estar pasando abajo, así que no podía confiar en ayuda externa, tenía que salir por las mías. Busqué en el GPS las coordenadas del campamento y partí en esa dirección, asumiendo que Roberto habría dejado todo armado para bajar sin peso. Mi idea era pasar la noche ahí y seguir bajando al día siguiente, quizá eso daría tiempo a que el equipo de apoyo de los Perros llegara a la zona y saliera a mi encuentro. Confiaba más en la reacción, preparación y equipamiento de mis compañeros que en el CSA o el GOPE.

12

Foto: Alto de la Engorda desde Las Callanas.

“… Al final, después de tres horas nos fuimos en helicóptero. Tarde fuimos porque a esa hora ya empezaba a correr viento. El viento hizo inestable el vuelo por la zona, pero al menos les quedó claro dónde era el lugar en que estuvimos escalando. Regresamos. Al descender vi a Fabián y Juan Carlos. No me acuerdo que me dijeron, pero ahí estaban. El piloto explicó que la situación era difícil y que se intentaría más tarde cuando el viento amainara. Mientras me fumé como diez cajetillas y el estado de zombi no me lo sacaba de encima..."

Roberto "Eiger" Toro.

"... El primer vuelo del helicóptero duro aproximadamente 15 minutos. Cuando regresaron no trajeron ninguna novedad, no se había visto a mi hermano y las condiciones climáticas para realizar sobrevuelos posteriores no eran las mejores. Esperamos impacientes el segundo vuelo del helicóptero, este fue más menos a las 17:30 horas y regresó sin ninguna novedad. Ante tal situación le indico a Juan Carlos que comencemos a equiparnos para iniciar el acercamiento a pie, a esto ya eran como las 18:00 horas.

Cuando el Capitán a cargo ve nuestra intención se acerca y me consulta que estábamos haciendo, le comento mi plan y me indica que él no lo puede permitir, que el rescate está a cargo de Carabineros y que no arriesgaría a civiles. Le indico que las montañas son libres y que él no puede impedir que yo suba el cerro. En un tono un tanto más enérgico me indica que la zona está cerrada producto del operativo y que la ley le faculta para usar la fuerza si es necesario para retenernos e impedir que subamos a buscar a mi hermano. Entonces con bastante energía, pero siempre con respeto le indico “tendrá que usar mucha fuerza para impedir que suba a buscar a mi hermano, tendrá que dispararme para detenerme y obviamente eso le traería muchos problemas a Ud. entienda que es mi hermano el que esta botado allá arriba y nada me impedirá subir a buscarlo, le firmo cualquier papel liberando a Ud. y su unidad de cualquier responsabilidad”.

De toda esta situación era testigo un Sub-Oficial del GOPE de Gultro, el cual se acerca muy respetuoso al Capitán y a mí, y le solicita permiso para acompañarnos, le indica que conoce muy bien la zona y que cree saber en qué lugar se encuentra mi hermano.

El Capitán piensa un momento y me indica: “Fabián, entiendo perfectamente tu situación, dime, si tu hermano pudiera salir arrastrándose a un lugar más visible, ¿lo haría? -Sin duda le dije- debe entender que la zona es de difícil acceso, estoy seguro de que intentará salir a un lugar en que lo puedan ver. -Muy bien me dijo- los dos vuelos anteriores fueron de altura, ahora realizaremos un vuelo rasante de tal forma de intentar ver a tu hermano y sacarlo..."

Fabián Acevedo.

En eso estaba cuando escuche un helicóptero… estoy alucinando pensé, pero de un momento a otro lo vi pasar directo al cerro. Era el helicóptero de Carabineros, con su clásico verde y blanco del cual siempre me arrancaba cuando era estudiante, pero se fue directo a la pared del Alto de la Engorda, y yo ya me había alejado bastante de ese sector.

¡¡Cresta!! la mala pata, pensé en devolverme, pero al instante me di cuenta de lo idiota de mi idea. Al menos ver el helicóptero me aclaró muchas dudas, la principal, que Roberto había llegado bien a Las Callanas.

Como se fueron para otro lado me resigné a seguir bajando por mi cuenta, pero de un momento a otro comencé a escuchar las hélices y el motor de nuevo, cada vez más cerca. Miré hacia arriba y por detrás de una ladera apareció justo sobre mí el aparato volador, le hice dedo, pero pasó de largo, y se fue derecho al cajón de Flores, al otro extremo del valle…

No pude evitar pensar… andan perdidos estos wones…

13

Foto: Roberto y Elvis durante un ascenso al Punta Andino, año 2016. Nueve años después de los sucesos relatados.

Lo que yo no sabía en ese momento es que, si me habían visto, y lo que estaban haciendo eran las maniobras apropiadas para manejar el helicóptero en esas altitudes. Aun estábamos sobre los 3.000 metros y la sustentación no es la misma que en cotas menores.

Lo perdí de vista y continué bajando -más tranquilo al menos- hasta que apareció de nuevo bastante bajo, volvió a perderse para aparecer justo frente a mí. Sobre una ladera con bastante pendiente el piloto apoyó solo la rueda delantera del aparato en la tierra y saltaron dos Carabineros.

Pensé que quizá andaban en otras cosas y no venían a buscarme a mí, luego me di cuenta de que mi idea volvía a ser muy idiota. El cansancio hacia su efecto, estaba reventado, pero mientras sabía que estaba solo y que tenía que arreglármelas por las mías, me mantuve firme pese al dolor y el agotamiento, tenía cuerda para rato, pero cuando vi la ayuda cerca, vino un relajo y todo el peso de las últimas 30 horas me aplastó como una hormiga.

"... A las 18:00 partimos por última vez. Sobrevolamos el cerro, pero la maniobra era complicada. Empezamos el regreso, tristes. Hasta que por la ventana vi un puntito rojo y les grité a los pilotos ¡qué ahí estaba!, hicimos un giro y efectivamente era Cocho que iba lento y seguro bajando. El helicóptero se posa en la ladera del cerro, abrimos la puerta y de un tirón el Cocho ya estaba de nuevo con nosotros. Lo abracé y le pedí perdón, lloré y nos abrazamos. Después de eso nos quedamos callados hasta que llegamos al Retén.

Recién pude dormir al tercer día..."

Roberto Toro.

Cojeando y ayudado por el personal del GOPE llegué el helicóptero, no me pude subir de una, no podía impulsarme porque me dolía todo, pero de la nada alguien me tiró desde adentro, no con mucho cuidado, pero con cariño... creo. Era Roberto que venía en el vuelo, nos vimos y nos saludamos, nos reímos y nos mandamos un fuerte abrazo…

El bicho despegó y el estómago se me fue a la garganta, después me acostumbré y pude ver la cumbre del Alto de la Engorda, cerro ctm pensé, ya volveremos a vernos…

Aterrizamos cerca de Las Callanas, los carabineros se relevaban y en ese intertanto dejaron que mi hermano me fuera a saludar, a lo lejos veía a Juan Carlos saltando de alegría como un cabro chico… también estaban “Lito” y Waldo, que sin ninguna obligación se habían quedado hasta el final para saber cómo salía todo.

"... A las siete de la tarde y ya un poco más tranquilos el helicóptero de Carabineros inicia su tercer y último vuelo del día, 20 minutos después regresaba con mi hermano a salvo y sin lesiones de consideración. No soy de lágrimas, pero al ver a mi hermano asomarse a un costado del helicóptero corrieron lágrimas de felicidad. ¡Lo salvaron! Me comentó una persona desconocida que estaba cerca, ¡Es mi hermano! Le dije. Hasta ese momento una sola situación en mi vida me había marcado con tanta profundidad, el nacimiento de mi primer hijo. Con el rescate de mi hermano, sumaba dos..."

Fabián Acevedo.

Roberto Toro

Foto: Roberto "Thorin" Toro.

Elvis Acevedo

Foto: Elvis "Cocho" Acevedo.

Volamos a Rancagua, pasamos a cargar bencina a no sé dónde, y luego a un aeródromo desde el cual me pasaron a la ambulancia, que se fue más rápido de los que yo quisiera al FUSAT. Recordaba cada vez que uno ve pasar una ambulancia en la calle, sin saber lo que está viviendo la persona que va adentro, ahora yo iba adentro, y la gente de la calle no tenía idea de toda esta tremenda historia.

Ahí estuve otras tantas horas, Roberto me acompañaba mientras el resto de mis compañeros bajaban de Las Callanas en auto para ir a encontrarse con nosotros.

Luego a Santiago, y a empezar la recuperación…

 

Autor: Elvis Acevedo.

 

"Fuí a las montañas y las coroné, eso es todo..."

Jerzy Kukuczka.