Segunda Ascensión al Cerro Rabo de la Mona

Un 7 de noviembre de 1978, alrededor de las 20:00 hrs, se iniciaba una expedición organizada por la ASAE. Viajamos aproximadamente 25 andinistas rumbo a la zona del Juncal a fin de realizar varias ascensiones. Entre los participantes que recuerdo, puedo nombrar a los siguientes:

Jorge Mercado: LAC.
José Tobar: LAC.
Luis Mena: Horizonte.
Jorge Sáez: Pamir.
Patricio Norambuena: Internacional.
Markus Cheeke: Pamir.
Jorge Acuña: Pamir.
Nelson Rivera: Pamir.
Juan Alegría: Mañque.
Cristian Aqueveque: Mañque.
Iván Espinosa: CACh.
Luis Napolitano: CACh.
Magaly Campos:
Daniel Espinosa: CACh.

Llegamos a Juncal a las 2 de la madrugada del día 8 para pernoctar en un galpón metálico ubicado frente a un pequeño cuartel militar. Allí nos esperaba Nelson Muñoz (CACh), Claudio Lucero y Juan Gutiérrez (CACh) quienes, junto a Magaly Campos subirían el Cerro Ojos de Agua.

Iniciamos la marcha al amanecer, siguiendo la línea del ferrocarril trasandino. Atravesamos la estación Juncal, también llamada Hermanos Clark, con su aspecto fantasmagórico por el abandono. A la salida de este lugar, nos desviamos hacia el sur-este para adentrarnos por el “Cajón de los monos”. La marcha continúa ahora, por pequeños acarreos y sutiles huellas entre los matorrales bajos, que nos conducen a un hermoso valle, largo y estrecho, que ya nos acicatea con los primeros manchones de nieve, mientras somos flanqueados por cerros y roqueríos que van aumentando su aspecto dominante en la medida en que continuamos avanzando.

Prontamente la marcha se desenvuelve únicamente sobre nieve y a poco andar, la naturaleza nos brinda otro regalo; un campo de altos conos de nieve con un trozo de tierra compacta en su cúspide que nos recuerda los menhires y dolmenes del neolítico. En este punto nos detuvimos para hacer una colación y reunir al grupo que se encontraba muy disperso debido al cansancio y a las pocas horas de sueño que ya hacían su efecto. A continuación, suaves lomajes nos permitieron alcanzar los 3000 de altitud, donde descubrimos una planicie libre de nieve, apta para levantar un campamento base. Eran las 13:00 hrs.

El resto de la tarde lo dedicamos a hidratarnos, descansar y alimentarnos mientras disfrutábamos del paisaje. Cuando ya el frío se hizo presente, mi cordada (Iván Espinosa y Luis Napolitano) nos “calamos” en nuestros sacos, charlamos un rato y, pronto ya estábamos durmiendo, sin embargo no por mucho tiempo; fuimos despertados por las risas y los cantos de nuestros compañeros, que se las habían arreglado para encender una fogata en torno a la cual, disfrutaban cálidamente. Quisimos, juro que quisimos levantarnos e incorporarnos a tan alegre grupo, sin embargo nuestros sacos de dormir opusieron férrea resistencia que no fuimos capaces de vencer, de modo que optamos por disfrutar de las canciones de los bullangueros pero, desde la comodidad de nuestro abrigo.

El 9 de diciembre el grupo se divide en dos; el primero y más reducido, decide ir a hacia unas puntas que se presumían innominadas mientras que el segundo, de aproximadamente 17 personas decide intentar la Punta Rabo de la Mona de 4600 msnm. En este último grupo, nos incluimos Luis, Iván y yo.

Se inicia entonces el avance con un impresionante marco nevado. A lo lejos divisamos la Laguna del Inca, el Cerro Los Tres Hermanos y dominando imponente, el Aconcagua. Mi cordada sale un poco más retrasada por lo que tras unas horas de caminata silenciosa por gratas pendientes de nieve franca, alcanzamos al resto del grupo que se ha detenido a discutir la ruta a seguir, pues nadie conocía el sector. La mayoría concuerda en que la ruta aparentemente más conveniente consiste en descender hacia el Este hasta unas planicies de nieve y avanzar por ellas hasta situarse frente al cerro para atacarlo desde su base, por la cara Norte.

Nuestra cordada no está de acuerdo con la decisión tomada, dada la topografía del lugar y como existe autonomía en cada cordada, preferimos tomar un camino propio que mantendría la altura alcanzada hasta ese momento e iría girando lentamente en dirección Este hasta alcanzar un portezuelo (que al parecer nos daría un fácil acceso a lo que veíamos como cumbre)ubicado también en la cara norte pero, muy por arriba de donde intentaría el resto del grupo.

La pendiente de nuestra ruta se hace más y más fuerte, la nieve más blanda y profunda. El avance se torna lento, difícil y cansador, lo que obliga prontamente a encordarnos. Intentábamos aprisionar la nieve antes de dar un paso y ésta temblaba en grandes masas que cedían bajo nuestro peso y nos cubrían hasta la cadera, amenazando con provocar aludes.

Tras algunas horas de lento y agotador avance logramos llegar al portezuelo escogido. Este hecho, que esperábamos fuera alentador, resultó decepcionante, puesto que la comunicación entre el portezuelo y la cumbre era prácticamente imposible o al menos muy difícil y expuesta, por tratarse de roca descompuesta que perdía su cohesión a causa del deshielo, provocando una permanente caída de piedras.

Con bastante frío rodeamos estos roqueríos pasando a la ladera Este, para nuevamente volver a la cara norte por otro portezuelo más al Sur del primero, finalmente un traverse nos sitúa al centro de la ladera Oeste por la cual comenzamos a ascender, buscando una pasada. Desde este punto logramos ver, cientos de metros más abajo a nuestros compañeros que también avanzan en pos del cerro.

Comprendemos entonces que escogimos adecuadamente nuestro itinerario, ya que por lo avanzado de la hora era improbable que los demás pudieran alcanzar la cumbre. Entusiasmados por la vanidad de ser los únicos con posibilidades de lograrlo, renovamos fuerzas y continuamos mientras a nuestro alrededor caen pequeños, pero no muy alentadores aludes. Pronto Iván comienza a dar signos de fatiga, lo que obliga a bajar el ritmo hasta que cuando faltaban unos cien metros para la cumbre, decide no continuar. Se queda descansando en una plataforma libre de nieve y protegida de caídas de piedras mientras Luis y yo, continuamos. Calculábamos unas dos horas desde ese punto hasta la cumbre y vuelta.

Las características del terreno cambian a partir de aquí; desaparece la nieve y se nos ofrecen roqueríos de fácil acceso por los que continuamos hasta la cumbre. Craso error, la cumbre no era tal ya que más al Sur se alzaba otra punta rocosa evidentemente más alta, comprendimos entonces que nuestro cálculo de dos horas también era erróneo, sin embargo nos dimos ánimo y continuamos escalando asegurados, hasta alcanzar esta punta que tampoco era la cumbre. Dudamos si era conveniente continuar porque también nos preocupaba Iván, pero al verlo allá abajo, descansando tranquilo y la cumbre supuestamente cerca, optamos por continuar.

Los largos de cuerda se sucedieron con las numerosas puntas rocosas (cada 50 metros aprox. entre una y otra) que debimos escalar hasta que llegamos a una que por su altura dominaba a todas las demás. Eran la 17:00 hrs, buscamos entre las rocas y encontramos testimonio de la primera ascensión, realizada por Germán Kuntsmann, Sergio Kuntsmann y José Carrasco, todos del CACh, en febrero de 1976.

Testimonio
Testimonio

Muy contentos y emocionados no felicitamos, preparamos un jugo en sobre, (que se hallaba muy inflado por la falta de presión) y nos servimos un chocolate que amablemente nos dejaron los de la primera ascensión, garabateamos nuestros nombres con un palo de fósforos quemado sobre un papel, porque no teníamos lápiz, dejamos un banderín de nuestro club e iniciamos el descenso inmediatamente. Entonces vimos allá, muy abajo, unas pequeñas manchitas en la nieve que también iniciaban el regreso, sin embargo a Iván ya no lo veíamos en la terraza donde lo dejamos, ya había iniciado el descenso uniéndose a los demás en esta tarea.

Habíamos superado todas las puntas rocosas y nos hallábamos cerca de la zona donde comenzaba la nieve cuando un mal paso hace rodar una piedra que se precipita rápidamente sobre la nieve, originando un gran alud que se desploma por las empinadas laderas con gran estrépito hacia donde suponíamos aún se encontraba el grupo de la otra ruta.

Sentimos algunos gritos ahogados por la distancia. Nos quedamos inmóviles, no nos podíamos asomar debido a la fuerte pendiente y lo inestable de la nieve. No sabíamos que podría haber ocurrido cientos de metros más abajo. Muy preocupados y tensionados continuamos descendiendo, hundiéndonos hasta la cintura en la nieve.

El frío ya se hace sentir, los picachos más altos proyectan su sombra sobre nosotros, nuestros pies están muy fríos, corre viento y un tremendo silencio lo invade todo, no sabemos de nuestros compañeros. El descenso se torna mortificante, muy tenso. En algunos tramos debemos arrastrarnos para salir de las trampas de nieve que nos sepultan medio cuerpo.

Cuando llegamos a la base del cerro, cerca del alud, vemos huellas que se dirigen al campamento base, situación que nos tranquiliza un poco, pero necesitábamos certezas así que apretamos el paso hasta llegar al campamento a las 21:00 hrs, donde comprobamos que estaban todos bien, el alud les cayó cerca y algunos debieron correr para salir de su camino.

Ya todo había pasado, estábamos muy cansados pero como un bálsamo reconfortante fuimos abrazados y felicitados por los montañeros presentes, pero yo aun sentía un nudo en la garganta…a pesar de la alegría.

Una vez que nos desprendimos de las ropas mojadas y tras alimentarnos, estábamos prontamente dormidos. Paso una noche intranquila, con las imágenes nevadas revoloteando como pájaros ebrios en mi cabeza.

Al día siguiente iniciamos el retorno a Santiago.

Autor: Daniel Espinosa (colaboración directa)

 

"Si yo no reflexionara mucho, estudiara y planeara la ascensión cuidadosamente, hace tiempo que estaría muerto"

Tomo Cesen, Trento, 1990.