Expedición Hielo Patagónico Sur

Antecedentes.

Durante la realización de la Expedición de la Asociación Universitaria a la zona del Monte O’Higgins, se cruzó en el lago homónimo con la Expedición de Mr. Eric Shipton que regresaba del Hielo Patagónico y durante la cual habían identificado definitivamente al Monte Lautaro como un activo volcán.

En los brevísimos momentos de rápida plática, los grupos intercambiaron impresiones; el grupo británico se mostró algo escéptico sobre las posibilidades de los universitarios chilenos, ya que la temporada estaba avanzada y el número de días que disponían para realizar la ascensión; eran muy pocos. El Ventisquero O’Higgins, por otro lado, estaba ya bastante agrietado.

Luego, de regreso en Santiago, uno de los miembros de la Expedición británica residente en el país y profesor de inglés en la Universidad de Chile, fue puesto en antecedentes del pleno éxito de la Expedición Universitaria, lo cual le produjo una agradable sorpresa. Estos antecedentes, más relaciones posteriores que siguieron, hicieron posible que Mr. Shipton se interesara por la participación de algunos miembros del grupo nombrado, a una nueva Expedición a la Patagonia.

Mientras Mr. Shipton preparaba en Londres todo lo indispensable para realizarla, en Santiago los otros tres miembros estudiaban rutas de acceso al hielo, efectuaban diligencias en pos de transportes, etc.

El grupo Expedicionario estaba compuesto de cuatro personas:

Mr. Eric Shipton: Explorador de la Royal Geographical Society, famoso mundialmente por sus exploraciones y ascensiones en Rowenzori, Kilimanjaro, Himalaya, Sikkim, Karakorum, etc y ahora la Patagonia. Fue el hombre que descubrió la posibilidad de subir el monte Everest desde el Sur, explorando la ruta por el Glaciar Kumbu y la gigantesca cascada de hielo.

Mr. Jack Ewer: Profesor de inglés en las Universidades de Chile y Católica de Santiago, quién posee gran experiencia en montaña, especialmente en la Antártida, donde permaneció dos inviernos.

Ceodomir Marangunic: Estudiante del último año de Geología de la Universidad de Chile, con variadas ascensiones en la zona central y anteriores experiencias en la Patagonia (Zona del Paine, 1957-58 Monte O’Higgins 1960)

Sr. Eduardo García Soto: Profesor de Estado con experiencia en la zona central y varias expediciones anteriores a la Patagonia (Monte Paine, 1955; Monte Arenales, 1958; Expedición Monte O’Higgins, 1960)

Los propósitos de la Expedición eran: a) Intentar la Travesía de los Hielos Patagónicos Sur, entrando por el ventisquero Jorge Montt, en el fiordo Calen, estuario del rio Baker y salir al Lago Argentino (Estancia La Cristina) a una distancia de 260km. más o menos. b) Intentar la ascensión del Volcán Lautaro y otras montañas. c) Experimentar las condiciones de supervivencia de un grupo en esas zonas, por un tiempo prolongado, a pesar de las condiciones atmosféricas tan adversas.

Desarrollo de la Expedición.

El día 6 de diciembre de 1960 se juntan en Punta Arenas los cuatro miembros del grupo expedicionario, donde encuentran ya la primera gran dificultad. El barco británico “Salaverry” que trae desde Inglaterra todo el equipo, alimentación, etc, no arribará a esta ciudad hasta el jueves por la madrugada, en circunstancias que el barco de la Armada Nacional, fragata “Covadonga”, destinada a conducirlos al lugar de iniciación de la travesía, parte el día miércoles después de mediodía.

Afortunadamente se subsana la dificultad, poniéndose Mr. Shipton en contacto radial con el barco británico, acordando con el capitán desembarcar el equipaje en Puerto Edén, ubicado en la Isla Wellington en los canales magallánicos y a cuyo lugar pasarían a retirarlo los expedicionarios en la “Covadonga”.

El 7 de diciembre, a las 14:30 zarpa la fragata en dirección al norte, siguiendo la tortuosa y misteriosa ruta de los canales, que a pesar del tiempo nublado y lluvioso, no carecía en absoluto de belleza

¡Canales Magallánicos!, lugares enigmáticos, plenos de impresionantes soledades, sobrecogedores; mundo misterioso de fiordos y montañas que insistentemente ocultas tras el velo de la niebla, observan con ojos escrutadores.

El viaje tranquilo y placentero fue coronado por la exquisita cordialidad de la oficialidad y tripulación del barco; demostración práctica de la tradicional hospitalidad del chileno. Un esplendido día sorprende a todos en Puerto Edén. El equipo dejado por el “Salaverry”, es recogido y convenientemente revisado. El resto de la mañana es empleado en un paseo a tierra, complementándose con la visita al único edificio del lugar: una radio estación de la Fuerza Aérea. En este lugar viven también los últimos indios alacalufes que quedan en los canales.

Al día siguiente, 10 de diciembre, alrededor de las 10 horas, desembarcan en una chalupa de la fragata, que los conduce a la costa, luego de una calurosa y grata despedida por parte de la oficialidad y tripulación del barco, y en especial de su comandante Reinaldo Roepke R. En el lugar de desembarco viven unos colonos: los hermanos Pedreros. De inmediato se trasladó todo a los botes de los colonos y parten en dirección a las proximidades del frente del ventisquero Jorge Montt.

Después de tres horas de constante remar, desembarcan en la playa y a pocos metros al interior se levanta el Camp. N° 1. Desde aquí, después de organizar y distribuir todo lo que se debe transportar al interior, comienza - al día siguiente - la labor de acarrear los alimentos y equipos al lugar donde se instalaría el Camp. N° 2.

El tiempo que el día del desembarco había estado esplendido se descompone, produciéndose lluvias y chubascos torrenciales, verdaderos diluvios, que incluso traspasaban la ropa impermeable a través de algunas costuras. La zona, de suyo pantanosa, se convirtió en un inmenso y continuo charco de agua. Los zapatos empapados con los continuos y repetidos acarreos de las cargas, no se secaron ya más.

Muchas cosas, como alimentos, ropa, equipo, etc y que no se utilizarían, quedan abandonadas en el Camp. N° 1, pues representan un peso inútil a lo largo de 260km de camino aún desconocido. Muchas cosas más quedaron abandonadas durante el desarrollo de la travesía. Los días sucesivos desde el Camp. N° 2 son empleados en reconocimiento de ruta hacia el ventisquero. Sobre una loma rocosa llena de hermosas lagunas, y visitada por cándidos huemules, y desde donde se domina una lengua secundaria del ventisquero, se instala el Camp. N° 3, el último campamento sobre tierra: más allá se penetraría en ese incógnito mundo de los hielos.

Desde el Camp. N° 4 se efectúan los transportes en los trineos, trasladando en una larga jornada diaria, alimentos y combustible, dejándolos instalados en un depósito bien visible; el último viaje fue hecho con la carpa y el equipo personal.

El accidente sufrido por Mr. Shipton en el Camp. N° 4 (una olla de agua hirviendo se vuelca sobre sus pies desnudos) retarda algo el avance, siendo necesario realizar tres viajes de una jornada diaria cada uno, para instalar el campamento siguiente, transportando en el trineo en el último viaje, al propio Mr. Shipton. Esta situación dura hasta el Camp. N° 6, es decir, 8 días.

El Camp. N° 6 se instala frente a una gran cascada, cuyo frente abarca casi todo el ancho del ventisquero Jorge Montt, sobre ella se encuentra la meseta del Hielo Patagónico Sur, propiamente tal, siendo la cascada el nacimiento u orígenes del ventisquero nombrado. El paso se realiza por una especie de callejón en su parte alta, con profundas grietas de incalculable profundidad, pero afortunadamente sin seracs. Más allá de esta cascada es instalado el Camp. N° 7.

Hasta aquí los días han sido lluviosos, algunos en extremo, con ausencia total de viento. La nubosidad es a veces total, pero con un techo a una altura de 100 a 200m sobre las cabezas. Desde el Camp. N° 8 las lluvias son reemplazadas por nieve, nevando todos los días y con más frecuencia el día entero.

Este campamento señala una etapa con marchas más rápidas, ya que toda la carga es transportada en los trineos en un solo viaje acelerándose así el ritmo del avance. Los campamentos instalados al fin de cada jornada se suceden con rapidez. El avance se realiza siempre que el mal tiempo no sea de tal categoría que haga imposible salir. Aunque si esta razón fuera tomada en serio, no se habría instalado otro campamento que el N° 1.

Como en la meseta del Hielo Patagónico está a mayor altura, la nubosidad es total y a ras del hielo; la progresión hacia el sur se hace sumido en una niebla con absoluta y total falta de visibilidad, debiendo guiarse la marcha exclusivamente bajo las indicaciones de la brújula. Esta situación durará 20 días hasta el Camp. N° 18, existiendo durante los últimos 5 días algunos breves y esporádicos claros que permitirán reconocer en forma cierta los lugares por los cuales va pasando la Expedición.

El Camp. N° 10 es instalado cerca de los graníticos bastiones del Monte Ilse von Rentzel (bautizado así por Hugo Cornella, argentino que llegó hasta allí por el Lago O’Higgins los años 1957, 1958 y 1959) y el Camp. N° 11 en el portezuelo entre este monte y unos gigantescos nunataks ubicados más al oeste y llamados Cerros de la Amistad por el expedicionario antes nombrado, portezuelo por demás enigmático e invisible que era necesario acertar, pues aún con brújula se podría desviar de la trayectoria con el inconveniente de perder un tiempo precioso en su búsqueda.

Al otro lado del paso la Expedición sufre por primera vez los efectos del viento patagónico, temibles en fuerza e intensidad, con rachas de una violencia tan extraordinaria, que puede arrojar a un hombre al suelo si lo encuentra desprevenido. El nuevo objetivo a alcanzar ahora, lo constituye la instalación de un buen campamento que sirva de base para el asalto del Volcán Lautaro.

Volcán Lautaro

Foto: Volcán Lautaro.

Los viajes de un campamento a otro se suceden penosamente entre intensas nevadas y fuertes ráfagas de viento que arrastra cúmulos de nieve, que se introduce en todas partes impidiendo la visión. Los expedicionarios han perdido la visión del espacio al encontrarse sumidos en ese ambiente gris, sin horizonte, sin puntos de referencia, sin vida. El mundo bien podría haber desaparecido o haberse trastocado, sin que el grupo lo notase en absoluto. La nieve húmeda, impulsada por el fortísimo viento, forma una capa a barlovento de los trajes impermeables que poco a poco va helándose, convirtiendo los flexibles trajes en rígidas corazas.

Mientras se sucede el constante pulular del viento y la niebla insiste en ocultarlo todo, el grupo se desplaza con rutinaria cadencia arrastrando el trineo. El delantero camina desconcertado, sin saber si avanza efectivamente hacia esa nada más absoluta que tiene ante sí; el ciego tiene su permanente noche negra, pero la ceguera puede ser diurna y blanca. La nada, puede presentarse teñida de cualquier color, aún el de rosa.

Los que siguen al primero tienen al menos el consuelo de verle y seguir sus huellas en la nieve, únicas formas visibles a los ansiosos ojos que buscan justificarse. Al final de cada jornada que dura unas seis horas, con 3 o 4 horas “efectivas” de marcha, se instala el nuevo campamento,  desarrollándose una lucha contra la fuerte voluntad del viento que se opone a estos propósitos. Luego, mojados, no húmedos; llenos de nieve y de frío, se entregan voluptuosamente a las tibiezas que la carpa les ofrece.

El Volcán Lautaro se encuentra en el extremo septentrional del cordón Pío XI, constituyendo la cima culminante. En la vertiente oriental el cordón ofrece una cuenca que parece ser la mejor ruta para intentar su ascensión, allí se instaló el Camp. N° 16, el 9 de enero, a 31 días del desembarco en las playas del fiordo Calen, junto al frente del ventisquero Jorge Montt.

Seis días permanecen en este campamento, en espera que las furias del viento, en coalición con la nieve y la niebla, den un respiro que permita intentar la ascensión del volcán. Seis días llenos de los más terribles vientos sufridos por la expedición.

La nieve y la niebla ocultan celosamente la montaña y con mayor razón la cumbre; sólo los bastiones inferiores y más próximos se muestran de cuando en cuando. Cortas excursiones se realizan a los bastiones para recolectar rocas y cornisas esparcidas sobre los seracs de la base de los espolones. Al regreso hay preocupación de no poder encontrar la tienda.

El Camp. N° 16 fue abandonado después de 3 arduas horas de trabajo, para sacar la carpa y los tirantes y todo lo que yacía enterrado bajo casi un metro de nieve. Protestando contra el tiempo, se lanzan en procura de las grietas que quedan aún por delante, para dar cumplimiento al plan, cuya finalidad principal lo constituye la travesía completa. En una rápida marcha de cuatro horas y media sobre nieve más bien dura y viento a favor, cubren alrededor de 10 kms y al final de la jornada se instala el Camp. N° 17.

Desde este Campamento el comienzo de las maniobras se inicia a las tres horas y media con el desayuno y recién a las siete horas están en condiciones de iniciar la marcha. La ventisca azota con violencia inusitada; la niebla no es más que nieve en suspensión, transportada a velocidades increíbles. A rato se disipa, permitiendo apreciar las montañas cercanas e impresionarlas con las cámaras.

La Expedición va marchando por el extremo sur del Corredor Hickens, teniendo a su izquierda el Cordón Marconi y a la derecha el “Paso de los Cuatro Glaciares”, temible boquete por donde pasaban con toda su furia los vientos patagónicos provenientes del oeste. A continuación del cordón nombrado, se extiende el Cordón Adela, uno de los más hermosos y con más atrevidas e inaccesibles cumbres de la zona, velado en gran parte por un intransigente velo de nubes.

El Camp. N° 18 queda instalado justo en el “Paso de los Cuatro Glaciares”. El tiempo durante la noche y la mañana siguiente es pésimo. El viento sopla con fuerza terrible, golpeando la tienda con insolencia inaudita y arrastrando tal cantidad de nieve, que hace imposible salir de la carpa sin sentirse impedidos en absoluto de la vista y haciéndose difícil aún la respiración. No se sale en todo el día. El viento de la noche es tan extraordinariamente fuerte que todos temen que destroce la carpa a pesar de su enorme resistencia.

El nuevo día viene sin que desmayen en lo más mínimo la impetuosidad de los elementos; a pesar de todo se decide partir. Durante la marcha los expedicionarios son frecuentemente abatidos por el viento y arrastrados por el trineo que traicioneramente parece haberse unido a las furias desatadas por la naturaleza.

En un momento los tres hombres y el trineo grande que arrastran son impulsados por el viento, patinando sobre la pulida superficie del ventisquero por un largo de 10m como mínimo. La nieve arrastrada es tan intensa que impide ver los pies de los compañeros, el más lejano de los cuales está a unos 4m de distancia. La verdad es que se camina más en la dirección del viento que en la que se desea llevar.

Como en las ocasiones anteriores, después de lo que parecían eternas horas de arrastre, con un tiempo infernal, se completan las horas “efectivas” de marcha y cansados, mojados, ateridos de frío, se instala apresuradamente la carpa. Dentro de ella se han amontonando desordenadamente, bultos, mochilas, anafes, nieve, montones de nieve; un deprimente caos que da un aspecto de desolación, provocando profundo desánimo, en los dos Chilenos al menos.

Poco a poco, sin embargo, se empieza a organizar, ordenar y limpiar todo hasta que por fin la carpa queda convertida en un palacio de confort y limpieza, entregados al descanso sobre los colchones neumáticos en espera de la comida, cuyo aroma llena ya el ambiente, produciendo satisfacción de la labor cumplida, a pesar de todo.

Se hacen los comentarios del día y planes para el siguiente; se traza en el mapa la ruta seguida y se señala el campamento instalado, se estudia y se determina el rumbo para el día siguiente. Se hace un pronóstico sobre la marcha de la expedición, luego unos leen, otros zurcen, etc, mientras afuera el viento ruge lleno de despecho.

Desde el campamento 19 al 20 hace el mejor tiempo que hasta aquí se ha presentado; poco viento y un sol radiante. Bajo un calor intenso el grupo llega al llamado Volcán Viedma por Keller primero y Lliboutry después. A unos escasos 2 kms del portezuelo que existe entre este y el cordón Mariano Moreno, se levanta el campamento 20. La carpa es instalada con calma y acabada perfección; se aprovecha de secar la ropa mojada, colchones neumáticos y otros enseres, la mayoría de los cuales se secan, efectivamente.

El campamento siguiente, el N° 21, es colocado al otro lado del portezuelo nombrado, a unos 4 kms del anterior. Lo temprano de la hora en que se termina de instalar el campamento, deja tiempo a los expedicionarios para realizar una exploración del fondo del mal llamado cráter. Descendiendo del campamento por unas laderas rocosas, las primeras que se pisan desde el campamento 3, se llega a una laguna en el fondo de esta cuenca. Allí se recolectan algunas muestras de roca, plantas, insectos e inmensos cristales de hielo mayores que dos puños juntos.

Al día siguiente, 21 de enero, vuelven los viejos tiempos. Fortísimos vientos, intensa precipitación de nieve húmeda alternada con lluvias; en el suelo la nieve esta aguachenta y los pies se hunden hasta por sobre los tobillos, a ratos se colocan las raquetas; algunas se rompen. A pesar de todo se hace una distancia cercana a los 13 kms lo que constituye un record, y todo esto a pesar (o quizás debido a él) de la enorme fuerza del viento y el pésimo estado de la nieve y sus aliados.

Luego de instalado el campamento N° 22, la ventisca arrecia aún más, llegando a límites increíbles; dentro de la carpa es necesario, al igual que en otras ocasiones, hablar a gritos, ya que el tormento a que la somete el viento la hace batir los costados con enorme ruido. Los tirantes exteriores de la carpa se sueltan siendo imprescindible salir al exterior para arreglar los desperfectos, sufriendo enormemente los rigores del temporal. Veamos lo que dice textualmente un diario de la expedición

“...Afuera es casi imposible soportar el viento, a ratos ahoga; la nieve seca que cae en suspensión enceguece totalmente y martiriza todas las carnes que toca como si mil agujas se clavaran en ella. La ropa con que se salió afuera (que es la misma con que se permanece en la carpa) está cubierta de escarcha y el dolor en las manos debido al frío es intenso. Cuando las rachas arrecian, es imposible toda actividad y el cuerpo, por efecto de un reflejo defensivo, se vuelve a sotavento, se encoje y se cubre lo mejor posible hasta que aquellos decaen un poco y hacen posible volver a la actividad...”

El trineo grande que estaba anclado en el suelo, amarrado un piolet, ha sacado éste y ha volado mas allá de 30m; hay que salir corriendo desesperadamente a cogerlo. Es una odisea volver con él en contra del viento que insiste en el rapto. El trineo por otro lado se resiste a volver, y da vueltas y revueltas oponiendo resistencia a su rescate y da mil problemas antes de ser dominado y anclado convenientemente.

Es necesario, sin embargo, salir afuera dos o tres veces más para volver a arreglar los tirantes de la carpa y asegurar más aún el trineo. Durante el viaje del campamento 22 al 23, la visibilidad es nula y la nieve sumamente blanda; el tiempo sigue extremadamente malo. En el campamento 23 se pierde todo un día más bien por descanso que por el mal estado del tiempo. Los expedicionarios al fin del día se entregan al sueño sin grandes esperanzas con respecto al tiempo. No obstante la fortaleza de las furias patagónicas, son derrotadas y alejadas por un brillante día de sol.

Las últimas huestes de nubes huyen presurosas a todo correr, saltando montañas, volcanes y lagos, ante el recio ataque del calor del sol y el suave pero firme y decidido avance del viento sur.

¡Es el día más maravilloso habido desde el desembarco! ¡Es posible verlo todo! ¡Todo!

Allá lejos al norte, juntándose con el cielo, los montes Pirámides, Volcán Lautaro, Cordón Adela, Mariano Moreno, etc. La jornada comienza alegre a las 07:43 horas, en dirección al Cerro Don Bosco en cuya base se instala el Camp. N° 24, desde donde se intenta, al día siguiente, la ascensión a la montaña.

A las 04:20 horas de la madrugada, con una suave penumbra y en medio de un silencio profundo, interrumpido solamente por el acompasado crujir de la nieve bajo el peso de las botas, la cordada se dirige a la cumbre. Cortas barreras de seracs, grietas, una empinada ladera de hielo y más arriba la consabida corona de hongos de la cumbre con sus algas y flores de nieve esculpidas allí por el viento, no son suficiente obstáculo para el rápido avance. La jornada ha sido cumplida en tres horas justas por la ladera norte con sus 1.100m de desnivel desde la cumbre al campamento.

Los ojos insaciables de bellezas, ávidos de horizontes y ansiosos de justificación recorrían dichosos y juguetones desde lo inmediato a lo infinito. Luego de los felices momentos deparados en la cumbre, descienden esta vez en dirección oeste, torciendo luego al sur; cruzan un collado y pasan bajo los maravillosos pero aterrorizadores farellones de Monte Murallón, con sus enormes crestas de hielo, gigantescas cornisas e inmensos velones de hielo a modo de ciclópeos pilares.

Una empinada y cansadora ladera lleva al grupo hacia el filo de la nueva montaña, objeto de su ataque, filo sobre el cual están montadas una serie de agujas, hongos, cúpulas, etc., todas esculpidas en cristalino hielo. A escasos metros del filo estalla la tormenta en forma instantánea, violenta y subrepticia, sorprendiendo a los montañeros, los que logran a pesar de ello alcanzar una cumbre, la que juzgan como una de las más altas, más la mayor debe quedar en dirección oeste, al dirigirse a ella por un filo de nieve, abatido por el viento, advierten que la cumbre ha desaparecido totalmente y por rara intuición se dan cuenta que están ante ella, cuando solo los separa unos dos metros. ¡Tal es la intensidad de la niebla!

La cumbre es un torreón vertical, hielo por este lado y por el otro, un pulido y precioso granito, sin una arruga, sin una grieta, y si esto fuera poco, una enorme cornisa cuelga sobre las cabezas. Son las 13 horas, el temporal arrecia, el campamento está muy lejos, las posibilidades de escalar esos 4 o 5m son mínimas, dado el estado de cosas, se decide regresar. En medio de la espesa niebla y el fuerte viento, es difícil encontrar la ruta, afortunadamente descienden más bajo que el techo de nubes y logran ubicar la dirección del descenso; la situación dura poco; un nuevo y consistente contingente de niebla los envuelve y los cubre con un manto de intensa lluvia. Se bordea ahora el Monte Don Bosco por la base de su vertiente occidental, para alcanzar el portezuelo que desciende desde el altiplano Italia hacia el lugar del campamento.

La situación es igual que la de un ciego que llegara por primera vez a Santiago y se le pidiese que sin indicaciones previas y por sus propios medios vaya a La Moneda estando en la Plaza de Armas. Pero la experiencia del grupo, los mapas que se llevaban a mano, “las agudas” deducciones, la intuición y otras virtudes que por humildad, no se pueden enunciar, hacen posible que se llegue al campamento sin ningún inconveniente.

En pago a la victoria obtenida, una lluvia torrencial, un diluvio de 24 horas, los mantiene prisioneros en la tienda, circunstancia que se aprovecha como un merecido descanso. Desde aquí la ruta continúa en dirección este hacia el ventisquero Upsala, otra vez por una lengua de hielo entre dos nunataks, en la confluencia de esta con el ventisquero nombrado se arma el Campamento 25.

El ventisquero Upsala, el más grande de la Patagonia es cruzado en forma casi diagonal en dirección a la ribera oriental. El tiempo aunque nublado, daba amplia visibilidad, ya no estaban tampoco los andinistas en el plateau del hielo patagónico donde las nubes tienen sentado su reino sobre la superficie misma del hielo. En la ribera oriental, pegado a las rocas de orilla y al lado de una gran grieta se pone el Campamento 26.

Desde este lugar, a la mañana siguiente, dos miembros de la expedición suben al borde de la colina que se levanta detrás del campamento, divisando desde allí el valle que se extiende al sur del Cerro Norte, el Lago Arriba o Pearson y las márgenes del Lago Argentino en cuyas riberas se encuentra la estancia “La Cristina”. Por un momento se piensa continuar por allí hasta la estancia, pero recapacitando sobre la ruta se decide por unanimidad continuar por el ventisquero Upsala.

Después de mediodía se retira el campamento y se alejan del lugar dejando abandonado el trineo chico, que se encontraba, por lo demás, en mal estado. Anteriormente habían sido abandonados sucesivamente anafes, bidones para combustibles, raquetas, etcétera......

El trineo grande se conserva no obstante las grietas y múltiples accidentes del ventisquero, transportándose en él las cargas a riesgo de romperse o de volcarse en una grieta, situación que estuvo varias veces por producirse. En todo caso es superior a tener que transportar las cargas a hombro. Luego de poco más de una hora de camino por el accidentado ventisquero, se instala el Campamento 27 a escasos dos kilómetros del anterior.

El tiempo que se había manifestado variable, con ratos de sol, se echa a perder a poco de montar la carpa, precipitando una fuerte nevazón. Con este tiempo se deja a la mañana siguiente el lugar quedando abandonado allí el trineo de fiverglass.

Durante horas, con pesadísimas cargas, vagan por entre grietas y seracs con fuerte viento y nevazón, travesías bajadas y subidas, escalones, vueltas y revueltas, titubeos, grietas y más grietas, agudos filos cruzados con precario equilibrio.

La nieve continúa cayendo, se realizan exploraciones por parejas a uno y otro lado para encontrar una ruta viable, las idas y venidas se repiten con odiosa frecuencia. Después de mucho el terreno se va haciendo menos accidentado, hasta ponerse casi plano. Bajo un negro techo de nubes, se ve en el horizonte las aguas del Lago Argentino y el frente del ventisquero. ¡Está ya cercano el fin de la travesía! Unos centenares de metros más y se instala el Campamento 28, ¡El último sobre el hielo!

El día 31 de enero, el grupo expedicionario se aleja del lugar para dirigirse al portezuelo, por el cual se cruza hacia el valle al comienzo del cual está la estancia. Pero el ventisquero, antes de darse por vencido, presentó su última batalla, cuyo principal objetivo no es otro que producir agotamiento en los ya cansados cuerpos de los expedicionarios.

¡Qué emoción más extraña es pisar de nuevo tierra y rocas, poder sentarse cómodamente por doquier, tenderse de espalda relajándose con deleite sobre la hierba, bajo los árboles, aspirando aroma de tierra húmeda, de flores, de pasto, deleitarse con cantatas de pajarillos, fugas de colores sobre multitud de insectos, escuchar solos del viento entre las hojas; el estacato del pájaro carpintero y el alegre danzar de las hierbas y de las flores: relucientes espejos de aguas que reflejan las sublimes bellezas del lugar y que el viento, celoso, tal vez, empaña en veloz carrera!

La vida, de la cual se había estado ausente durante 53 días, estaba allí en todo su esplendor. Nunca se sintió tanto cansancio como en esta última jornada, cual más, cual menos, todos vienen averiados en alguna parte. Al pasar junto a la ribera del Lago Argentino, los expedicionarios tocan simbólicamente sus aguas. Al fin, a las 16.45 horas del día 31 llegan a la Estancia “La Cristina”, del señor Herbert Master, dando fin a la Expedición de “Travesía de los Hielos Patagónicos Sur”.

Epilogo.

Ocho días más permanecen en la estancia deliciosamente atendidos por el señor Master, padre e hijo y la señora Master. Inolvidables veladas y amena charla, de nuevas y saludos recibidos por radio. Al final de los ocho días llega la esperada lancha de Punta Bandera, que los conduce a ese pequeño puerto del Lago  Argentino, allí esperaban amigos y parientes del compañero Marangunic, residentes en Punta Arenas, en cuyos vehículos se dirigen, pasando por el pueblo de “El Calafate”, hacia la hermosa ciudad del Estrecho de Magallanes.

Conclusiones.

Generalidades: Es evidente que las expediciones a la Patagonia deben ser efectuadas con el mejor equipo posible y sobre todo destinado a protegerse de la humedad. Es indispensable conocer el manejo de la brújula y llevar permanente control de los rumbos en mapas, cartas, etc. Es perfectamente posible la supervivencia indefinida sobre los hielos, si se provee al grupo de alimentos y combustible, ya sea por vía aérea u otros medios. El tiempo extraordinariamente malo en forma casi permanente no es obstáculo para trasladarse de un punto a otro, salvo excepciones, aunque impide ascensiones difíciles, y las fáciles las convierte en poco menos que imposibles.

Grupo Expedicionario: Esta ya probado por las expediciones de Mr. Shipton que en general, el grupo formado por cuatro andinistas es ideal para la gran mayoría de los casos. Nosotros lo pusimos en práctica con excelentes resultados en la Expedición al Monte O’Higgins. En la presente expedición participaron dos británicos y dos chilenos.

Las expediciones en base a cuatro o seis hombres poseen las ventajas de su gran movilidad por lo rápido de las decisiones, la menor cantidad de bagaje a transportar, menor cantidad de viajes entre campamentos, gastos de expedición muchísimo más reducidos, mayor simplicidad en su organización y realización, etc.

Es necesario que el equipo sea homogéneo, físico y técnicamente, que todos posean gran experiencia, tengan un carácter compatible entre si y posean un equilibrado balance emocional.

Forma de vida y desplazamiento: De antemano se sabía el número de días que demoraría el cruce, de manera que había que racionalizar los horarios de marcha a fin de mantener un buen estado físico con una reserva de energías suficiente para emplear en casos de urgencia. Las horas “efectivas” de marcha fluctuaban entre tres y cuatro horas, descontando el tiempo de las paradas ocasionales y los descansos.

El trabajo comenzaba después del desayuno, sacando la carpa del lugar de emplazamiento lo que en ocasiones llegó a demandar algo más de 2 horas, debido a la cantidad de nieve caída o acumulada a su alrededor por efecto del viento, conformación de gruesas capas de hielo sobre el techo. Esto, más la instalación de toda la carga sobre los trineos se llego a emplear hasta 3 horas y minutos antes de estar en condiciones de comenzar la nueva jornada. Todo esto naturalmente, bajo terribles temporales de viento y nieve.

El trabajo fuera de la carpa, variaba en total entre 4 ½ y 6 ½ horas, a veces llegó a ser más; pero fue la excepción. Nunca, salvo en raras oportunidades, se llegó al nuevo campamento muy cansados o extenuados.

Por lo general se salía con cualquier tiempo, hubo ocasiones, sin embargo, que se permaneció en la carpa por estar el tiempo muy malo; se salía al día siguiente…. ¡Con un tiempo infinitamente peor! Lo que viene a demostrar que en la Patagonia los viajes de travesía o de aproximación a objetivos pueden hacerse con cualquier tiempo, salvo circunstancias especiales; como la de caminar contra la dirección del viento, lo que consumiría muchísimo más energías.

Es conveniente hacer notar, que por lo general los días que se permaneció en los campamentos, fue más bien por descanso (aprovechando el tiempo), de ahí que muchas veces se continuara al día siguiente con tiempo peor que el anterior. Estas vacaciones de 24 horas se repetían cada 7 u 8 días más o menos.

En la travesía, las preocupaciones más serias fueron tres: la entrada, la salida y la ruta en base a brújula por la ausencia absoluta de visibilidad. Del relato se desprende que seguir la ruta con brújula entre la niebla constituye el más delicado de los trabajos. La ascensión del Monte Don Bosco, no constituye gran dificultad técnica, a pesar de la pendiente y del cono final. El Murallón presenta un filo sobre el cual están montadas las cumbres en forma de hongos. Se ascendieron dos, pero una tercera, presumiblemente la más alta, con dificultades técnicas de mayor envergadura, no fue posible escalarla, debido a la aparición repentina del mal tiempo y lo avanzado de la hora.

Vestuario y equipo: Gran parte del éxito de la expedición se debe a este aspecto, por cuanto, además de ser cierta novedad, era de excelente calidad.

Vestuario y Equipo Personal: Cada uno llevaba puesto lo siguiente: slip, camiseta de malla, camiseta de lanilla, un sweater ganex-suit (traje especial), dos pares de calcetines de lana, uno de hilo (los chilenos), zapatos de montaña, gorro de lana, anteojos, y bufanda de seda.

Como vestuario de repuesto: dos o tres pares de calcetines de lana, una camisa, un par de guantes de lana de cinco dedos, un par de anteojos, un slip y un sweater o una parca nylon a elección, cordón zapatos. Aparte de esto, un pequeño botiquín, una libreta, lápices, cámara, película, uno o dos libros para leer, dos agujas, una pelotita de lana y un canuto de hilo negro.

Ninguna cámara con accesorios, salvo filtro U.V. y para sol. En la carpa se usaba, una vez que se sacaba el “ganex-suit”, un pantalón de pijama. Como artículos culinarios personales, un jarro plástico y una cuchara. Para dormir, colchón neumático, saco de dormir de pluma.

Equipo Especial: Ganex-suit. Llevan este nombre unos trajes especiales traídos por Mr. Shipton ya en la expedición anterior al Monte Lautaro. Consta de parca y pantalón y está constituido por una especie de villela de lana cubierta con una seda empapada en plástico y pegada al anterior. La parca poseía un gran capuchón cuyos bordes sobresalían hacia adelante unos 8cm con alambre en el borde externo para darle la forma deseada. Se cerraba adelante con un largo cierre relámpago.

Los pantalones eran anchos en la cintura y se sostenían con suspensores. El cierre delantero era también relámpago. Es lo único realmente impermeable y adecuado a la marcha y ascensiones dadas las condiciones de extrema humedad de la Patagonia. A pesar de su excelente calidad en ocasiones pasó la humedad. Tienen, eso sí un pequeño inconveniente que no supera en absoluto sus virtudes, y es que condensa un poco, pero esto se subsana marchando con los cierres relámpagos abiertos, tanto del pantalón como de la parca, a condición de que el temporal no esté desatado.

Esta era la única vestimenta exterior de marcha en la expedición. Una vez instalados en el campamento, se quitaba y se reemplazaba por un pantalón de pijama. Se usaban también mitones de igual calidad.

Polainas: Las polainas (Over shoes o Muklnes), traídas por los japoneses a la expedición conjunta del año 1958 al Monte Arenales, sirvieron de modelo para fabricarnos sendas polainas. Estas son en realidad, unas botas de género de tejido muy cerrado y de un tamaño adecuado, de manera que permita alojarse dentro el zapato de montaña.

Su altura alcanza hasta por debajo de la rodilla y se usa una larga banda de género que se enrolla alrededor de la pierna para mantenerla en su sitio, o bien poner elástico a la altura del tobillo y en la parte superior. Para confeccionarlas, utilizamos lana de 12 onzas con una gruesa suela, ya sea pura lana, ya con cuero; este último demostró más duración. Fueron intensamente impermeabilizadas.

La utilidad prestada fue enorme, por la gran protección del zapato contra la nieve y el frío. Contrariamente a lo que se pudiera creer, duraron hasta terminada la expedición; fueron abandonadas en las cercanías del Campamento 26.

En cuanto al zapato de los europeos, traían un par de tricounis a cada lado de la suela de goma y a la altura de la articulación del dedo gordo del pie. Esto era conocido por nosotros en Chile desde hacía algún tiempo, pero no lo poníamos en práctica.

Con los zapatos mandados a hacer para usarlos en la Patagonia, empleamos el sistema. Podemos asegurar que da excelentes resultados, tanto en roca donde los tricounis se agarran en cualquier rugosidad, (Especialmente si la roca esta mojada o está cubierta de musgo) como en hielo de ventisquero, en cuya partes bajas, a pesar de la presencia de seracs, grietas, etc. No utilizamos nunca crampones, la limitación de esta abstención está dada, lógicamente, por la pendiente y la compacidad y dureza del hielo.

El cuidado de la ropa de repuesto, cámaras fotográficas y otros implementos delicados, debe ser extrema. Nuestra ropa de repuesto iba envuelta en bolsas de polietileno grueso y todas estas en una bolsa grande, la que se ubicaba dentro de la mochila.

Es conveniente proteger de la humedad en estas bolsas, todas las pertenencias, por lo que hay que llevar bolsas en grandes cantidades.

Raquetas: Hechas con cuerdas de nylon; un metro veinte de altura. No fueron de mucha utilidad, ya que no se presentó, salvo algunas ocasiones, nieve blanda y profunda, quizás hubiera sido mejor, por la rapidez del avance llevar esquíes, pero en todo caso, no son del todo indispensables.

Equipo General.

Cocina: Dos ollas de aluminio (capacidad 2.000cc); dos anafes: uno grande y uno mediano (capacidad 1.000cc y 600cc respectivamente) con un completísimo juego de repuestos y llaves. Tres bidones de plástico para el combustible con capacidad para 1 ½ galón y una especie de gran guatero de goma (Grueso y resistente al calor) fabricado especialmente para estos casos por el ejército británico con capacidad para 11 litros más o menos. Tres botellas plásticas de 2 y 1 litros para tener combustible a mano (Dentro de la carpa) y alcohol para calentar el anafe.

Combustible: Parafina (kerosene)

Trineos: Mr. Shipton traía de Inglaterra un trineo de fiver glass, compuesto de 4 secciones unidas entre sí por pernos, tenía más o menos 60 cms de ancho por un poco más de 2 metros de largo. Bastante liviano. Convenientemente encerado deslizaba muy bien y en él iba la mayor parte de la carga. En una situación sirvió de balsa para atravesar un rio entre el Campamento 1 y el 2. Tenía una forma de batea de poco fondo.

Prestó grandes servicios e incluso demostró grandes condiciones de resistencia y flexibilidad los dos últimos días que lo usamos, porque hubo que arrastrarlo con energía a través de las partes bajas del ventisquero Upsala, donde menudeaban las grietas, los riachuelos y las dunas de hielo. Quedó abandonado en el Campamento 27.

El otro trineo fue hecho en Santiago por Mr. Ewer, con madera. Estaba provisto de dos patines (Un metro veinte de largo más o menos) con una estructura que soportaba una rejilla de latones sobre la cual se colocaban las cargas. Este trineo se llevó desarmado, armándose igual que el anterior sobre el ventisquero, antes de llegar al Campamento 4. Quedó abandonado en el Campamento 26.

Carpa: Carpa pirámide, de base cuadrada de más o menos 2,20m de altura por 2m por todo en su base, provista de 4 polos, divididos en tres secciones. La primera sección iba atornillada con esferas movibles, debajo de un hongo de metal ubicado entre ambas carpas. La carpa interior era de popelina anaranjada, con piso de plástico y abertura circular. La carpa exterior (Entre ambos iban los soportes, como quedó dicho) la constituía una lona de excelente calidad y se continuaba en su base en un alerón (Flaps) de más o menos 60 cm alrededor de toda la carpa, sobre el cual se acumulaban bloques de nieve, dándole así mayor estabilidad y resistencia a los vientos. La abertura era también circular. Entre ambas carpas quedaba una separación de unos 20cm.

Poseía cuatro vientos (tirantes), uno a cada lado y dos a cada lado de la entrada, en la cara anterior de esta pirámide. En la parte superior poseía un tubo de goma que atravesaba las dos carpas y servía de ventilación. El peso total, seca, era de alrededor de 25kg. Se mojó en el Campamento 1 y se seco en el Campamento 29 “Estancia Cristina”.

Es una excelente carpa, jamás tuvimos el menor percance con ella, ni los más fuertes vientos (Y madre mía qué vientos) lograron dañarla en lo más mínimo. Todos los integrantes podemos asegurar que de las diversas veces que hemos estado en la Patagonia, jamás habíamos sufrido vientos de tal magnitud.

Si bien es cierto que la carpa era pesada, poseía en cambio grandes virtudes; se tenía en el interior una sensación de confianza, de seguridad, de confort, que es difícil alcanzar con otra carpa. Esto era muy importante, en las condiciones que teníamos que afrontar y tomando en cuenta, además la duración de la travesía.

Alimentación: Para la gran mayoría de los andinistas nacionales, el tipo de alimentación de esta expedición (Y de todas las expediciones de Mr. Shipton) constituirá una novedad. Creemos que entre nosotros significará toda una revolución en este aspecto. La alimentación diaria consistía en lo siguiente: azúcar, carne, galletas, papas en polvo, sopas concentradas, Fudje, leche en polvo, mantequilla y queso, pastillas de diferente sabor.

Algunas cosas a considerar:

La carne: Deshidratada y prensada, con grasa de cerdo. Venía en panes duros con un perfecto y hermético embalaje, que costaba romper aún con afilado cortaplumas. Galletas: Fabricadas especialmente para expediciones, gruesas, duras, de tamaño rectangular, hechas en base a avena y otros ingredientes. Venían envueltas en paquetes de seis galletas (un paquete para cada hombre-día) y los 4 paquetes dentro de una bolsa de polietileno al vacio. Fudje: Es una especie de manjar blanco, con bastante mantequilla y con algún otro agregado para el gusto, en este caso era ron o chocolate.

Todos los alimentos venían en bolsas de polietileno, pero el embalaje era al vacio, de manera que la ausencia de aire dentro de la bolsa le daba una dureza que la protegía del deterioro, al igual que al alimento. Todas las bolsas iban metidas en otra mayor, constituyendo cada una de éstas la “ración diaria”.

Se contaban tantas bolsas, tantos días. Se tomaron 53 bolsas a partir del Campamento 2, después de 5 días de expedición. Para el transporte de estas bolsas de polietileno, que contenían la ración diaria, se utilizaron sacos de aspillera, colocándose en cada saco, ocho bolsos con ración diaria. Resultaron 6 sacos con ración para 48 días y 1 saco con raciones para 5 días. A medida que iban desocupando, se iba botando todo: bolsas de polietileno, sacos de aspillera, etc. Como puede apreciarse, el modo de llevar las raciones era simplísimo, económico y muy liviano.

Para el transporte entre los Campamentos (Del 1 al 4 y del 26 a la Estancia “La Cristina”) se utilizaron crochets (Packed-frame). La bolsa con la ración diaria era abierta cada día en la tarde para la cena, que era la comida principal. En ella se hacia una sopa contundente, en que se utilizaba de dos a tres barras de carne, las papas en polvo y sopas deshidratadas y luego un no menos contundente porridge.

Para hacer esto se empleaba el siguiente método: mientras se licuaba el hielo hasta hervir, cada uno mezclaba en su jarro avena, azúcar, leche en polvo, en proporciones a gusto personal, luego se vertía sobre la mezcla el agua hirviendo, se agregaba una cucharada de mantequilla, y se revolvía todo convenientemente, quedando listo para el consumo.

En esto se empleaba una bolsa de avena, una de azúcar y una de leche. El resto de la ración se consumía en el desayuno del día siguiente, que consistía en él ya consabido porridge y té con leche. De esta manera solo se transportaba, de la ración diaria lo indispensable para la colación del mediodía, que consistía en galletas con mantequilla y el Fudje.

Durante la marcha se chupaba pastillas de limón o naranja.

Bajo el patrocinio de la Royal Geographical Society, Londres

Integrantes:

Mr. Eric Shipton: Royal Geographical Society
Mr. Jack Ewer: Profesor de Inglés, Universidad de Chile y Universidad Católica
Sr. Ceodomir Marangunic: Asociación Universitaria de Andinismo
Sr. Eduardo García Soto: Asociación Universitaria de Andinismo

NDLR: Extraído del Anuario de Montaña FEACH 1961

 

"Nada habría podido suceder si alguien no lo hubiera imaginado..."

Reinhold Messner.